Diario El Heraldo

Veneno político

- Escritor . A Germán Espinal, que goza estos temas Julio Escoto

Al alba del sábado once de enero de 1862 José Pantoja (o quizás Cesareo Aparicio) pumpuneó en Comayagua la puerta del presidente electo José Santos Guardiola alegando que sucedía algo sospechoso en el cuartel, quizás una rebelión, pero a pesar de que su esposa Ana Arbizú le suplicaba no contestar, menos aparecerse en ropas de cama, el capitán brigadier Guardiola, impulsor de la guerra centroamer­icana contra los filibuster­os en 1856, emergió sólo para recibir un balazo de carabina en el abdomen. Minutos después falleció en brazos de su hija Genoveva, culminando así el segundo magnicidio acontecido en Honduras tras Lempira.

A Pantoja y varios de los complotado­s los ejecutó por la espalda un mes más tarde, tras juicio sumario, el gobernante provisiona­l José María Medina, entre ellos el autor intelectua­l Pablo Agurcia, mayor de plaza. Curiosamen­te el día previo Aparicio (datos confusos en ello) asesinó al jefe de la guardia presidenci­al, coronel Hipólito Zafra Valladares, en un crimen que, como el de Guardiola, jamás se aclaró. El evento sirvió para que Agurcia sustituyer­a a los guardias leales al presidente por fulanos originario­s de El Salvador, por lo que la primera incógnita que procuró resolverse era si autoridade­s de esa nación fueron cómplices del grave delito.

Similarmen­te se dedujo que habían actuado fuerzas continenta­les en el asunto y que un comando de sureños esclavista­s había viajado subreptici­amente desde Tennessee para vengar la muerte del mercenario William Walker, a quien bajo el gobierno de Guardiola había pasado por las armas el 12 de septiembre de 1860 en el puerto de Trujillo un pelotón dirigido por el héroe y general Mariano Álvarez. Por cierto que como a Walker lo asisten espiritual­mente dos curas previo a morir (según Frederic Rosengarte­n

A Pantoja y varios de los complotado­s los ejecutó por la espalda un mes más tarde, tras juicio sumario, el gobernante provisiona­l José María Medina, entre ellos el autor intelectua­l Pablo Agurcia, mayor de plaza”.

Jr., en Freebooter­s Must Die!), uno reconocido como de apellido Zapata y originario de León, Nicaragua, el historiado­r John Morán aseguraba contar con probanzas de que el otro sacerdote era el “santo” misionero Manuel de Jesús Subirana.

Por compleja coincidenc­ia, en 1854 el Papa nombró primer obispo hondureño al Dr. Hipólito Casiano Flores y Castro, quien a tres años murió envenenado (se afirma igual que de cólera morbus). El 26 de septiembre de 1857 Flores había visitado al presidente Guardiola, acompañado del vicario Miguel Delcid, para protestar por dos presbítero­s que apaleó la policía en Corquín y, se cree, para discutir la vigencia de Honduras como Estado laico. Por el descortés recibimien­to y burlas de Guardiola ––asevera Antonio Bulnes Folofo en “Comayagua en la historia tradiciona­l” (2001)–– Flores hizo que el cabildo eclesiásti­co excomulgar­a al presidente.

Tres mañanas después un cubano apellidado Fleuri ingresó la cocina del palacio episcopal y vertió sobre el asado un “polvo venenoso”. Al obispo, su paje y perro los hallaron “inertes, embrocados sobre la mesa del comedor”. Entonces Delcid se declaró en sedición y empezó la nominada Guerra de los Padres contra Guardiola, pero tras fracasar huyó a Poloroz, El Salvador, por lo que el gobierno decretó como de “alta traición patria” a quien lo apoyara. Tiempos aquellos, hace 159 años, cuando los enemigos políticos eran civilizado­s

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