Diario El Heraldo

El fútbol, la vida y la realidad subyacente

- José Adán Castelar

El fútbol es uno de los negocios más grandes del mundo, por eso su producción no puede parar, y ahora que la pandemia volteó nuestras costumbres, sus creadores han tenido que reinventar­se para mantener el ritmo, la atención, sus ganancias, y hacen de los torneos algo así como si no pasara nada.

La FIFA, con sus 211 países inscritos, tiene más miembros que las Naciones Unidas, que llega a 193; y el fútbol, según su propio presidente Gianni Infantino, genera ingresos por 200 mil millones de dólares al año, es más que el PIB de decenas de países; el público supera los cuatro mil millones de aficionado­s en el planeta... algo tenían que hacer.

Ahora hay partidos casi todos los días y la situación se repite: los mismos equipos, sus conocidos uniformes, el balón tecnificad­o y sus estrellas con raros peinados y tatuajes; la diferencia es la toma aérea que muestra el estadio desierto, 30, 60, 90 mil sillas vacías en aquellas monumental­es obras de ingeniería que antes eran todo ruido, humo, emociones encontrada­s.

Pero la televisión saca un conejo de la chistera y hace su magia: rellena los espacios vacíos de las graderías con imágenes ilusorias, y el sonido ambiente pregrabado retumba como antes: tambores, himnos, griterío, zumbido de multitudes; y los que están como espectador­es se concentran en el partido, como si el mundo no viviera en suspenso.

Aunque en la banca los jugadores suplentes y los entrenador­es vayan de mascarilla, guarden el distanciam­iento, o muchos de ellos se contagiaro­n, y los torneos y reglamento­s se hayan amoldado, por un rato el partido disfraza una verdad aplastante,

Esta negación inconscien­te, este querer despertar de la pesadilla, conduce a que muchas personas se distraigan de las medidas insistente­mente recomendad­as”.

una vida que ya no es la misma, una realidad subyacente.

Algo parecido ocurre con el ciudadano común que, cansado de tanta pandemia, asfixiado por la mascarilla, las manos ásperas de tanto gel y alcohol, con los estrechone­s y los abrazos reprimidos, va por ahí tratando de disimular que esto no está pasando, hasta el descuido.

Contra aquella imagen desoladora de los meses de cuarentena, de bulevares vacíos en su amplitud, semáforos desperdici­ados, todas las puertas cerradas, todo el mundo en casa, ahora el atasco del tráfico parece de días normales, y casi hace olvidar que la amenaza del virus está afuera.

Quizás todas estas cosas juntas, esta negación inconscien­te, este querer despertar de la pesadilla, conduce a que muchas personas se distraigan de las medidas insistente­mente recomendad­as, o bajen a la resignació­n del “me vale” y los números alarmantes de la enfermedad siguen elevándose.

Pero el fútbol es solo un espectácul­o para el entretenim­iento, que puede permitirse disfrazar la realidad, porque -al menos físicament­e- es inocuo para el televident­e; pero al terminar el partido, la realidad obliga al público a recordar que las graderías están vacías y el sonido grabado, y que hasta que lleguen las vacunas y pase el peligro volverá a los estadios

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Periodista

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