Diario El Heraldo

Objeto prodigioso

- Félix Martínez Espinoza

Una de las acciones que más resalta de las personas es el uso de aparatos tecnológic­os de comunicaci­ón. Resalta el objeto que cargan en las manos.

Su presencia es la de ser el producto glorioso de las nuevas tecnología­s de la comunicaci­ón.

Sobre esto diré que, en primer lugar, estas tecnología­s se han sostenido siempre al lado del hombre y que las mismas se vienen desarrolla­ndo desde las señales de humo, los tambores, los petrograba­dos -que son las primeras manifestac­iones inequívoca­s de expresión comunicaci­onal-, hasta llegar a la tecnología avanzada de las comunicaci­ones y sus bancos de informació­n en computador­as, aparatos que en la actualidad caben en tabletas y teléfonos, y que confieren al hombre la comunicaci­ón sin hilos que acorta las grandes distancias.

En segundo lugar diré también que, estas tecnología­s se hallan en una clara situación de dependenci­a, puesto que nada ha cambiado en su esencia el proceso de comunicaci­ón, en tanto que el rol del emisor, receptor y mensaje sigue siendo el mismo.

Con lo anterior no deseo demeritar la avanzada tecnología de la comunicaci­ón; al contrario, deseo resaltar el valor de la comunicaci­ón en su avanzada tecnología, y manifestar que en esto hay una enorme providenci­a, puesto que el desarrollo de la misma es un reflejo que a cada instante se nos presenta en todas sus posibilida­des y que como tal nos ofrece elegir, tanto sus virtudes como sus debilidade­s, y que esta elección es simple: mismo emisor, mismo receptor, nuevo canal pero misma responsabi­lidad de elección del mensaje.

Es decir, lo bueno está en lo que se dice y oye, escribe y lee.

Algo que contrasta con esto es que en el pasado, apenas veinticinc­o años atrás, la tecnología

La tecnología de las comunicaci­ones parece ser de uso exclusivo de indoctos, lo que no es malo si se sabe elegir, porque el mensaje aguanta con todo”.

de las comunicaci­ones de la época era de uso exclusivo de filósofos, científico­s, especialis­tas y políticos que merecían ser leídos o escuchados, los primeros, porque sus criterios buscaban hacer que la vida tuviera sentido; los últimos, porque estaban obligados a dirigir el rumbo de la vida.

En el presente, la tecnología de las comunicaci­ones parece ser de uso exclusivo de indoctos, lo que no es malo si se sabe elegir, porque el mensaje aguanta con todo.

Otorgo una muestra: un cuerpo desnudo, tallado por el ejercicio, o el cirujano, o la misma naturaleza; una idea burda, plagada de intencione­s soeces; imágenes grotescas que siendo parte de nuestra realidad no existe la obligación de admirar, y menos, de reproducir; un embuste; la reseña de un libro, la gracia de un buen comentario, la diversión de una broma escrita y descrita, la elegancia de un paisaje; una verdad.

En fin, la elección del mensaje conlleva a evitar esa comunicaci­ón sin sentido de decir, escribir, escuchar y reproducir ordinariec­es, y a realizar lo que ya no hacemos nunca (o sí), y es el no permitir —por mala elección— que el objeto prodigioso que se carga en la mano dirija y permita, únicamente, que se eche el respiro y las babas, cuando él así lo desee

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MSC en Educación Universita­ria. Docente ITP

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