Objeto prodigioso
Una de las acciones que más resalta de las personas es el uso de aparatos tecnológicos de comunicación. Resalta el objeto que cargan en las manos.
Su presencia es la de ser el producto glorioso de las nuevas tecnologías de la comunicación.
Sobre esto diré que, en primer lugar, estas tecnologías se han sostenido siempre al lado del hombre y que las mismas se vienen desarrollando desde las señales de humo, los tambores, los petrograbados -que son las primeras manifestaciones inequívocas de expresión comunicacional-, hasta llegar a la tecnología avanzada de las comunicaciones y sus bancos de información en computadoras, aparatos que en la actualidad caben en tabletas y teléfonos, y que confieren al hombre la comunicación sin hilos que acorta las grandes distancias.
En segundo lugar diré también que, estas tecnologías se hallan en una clara situación de dependencia, puesto que nada ha cambiado en su esencia el proceso de comunicación, en tanto que el rol del emisor, receptor y mensaje sigue siendo el mismo.
Con lo anterior no deseo demeritar la avanzada tecnología de la comunicación; al contrario, deseo resaltar el valor de la comunicación en su avanzada tecnología, y manifestar que en esto hay una enorme providencia, puesto que el desarrollo de la misma es un reflejo que a cada instante se nos presenta en todas sus posibilidades y que como tal nos ofrece elegir, tanto sus virtudes como sus debilidades, y que esta elección es simple: mismo emisor, mismo receptor, nuevo canal pero misma responsabilidad de elección del mensaje.
Es decir, lo bueno está en lo que se dice y oye, escribe y lee.
Algo que contrasta con esto es que en el pasado, apenas veinticinco años atrás, la tecnología
La tecnología de las comunicaciones parece ser de uso exclusivo de indoctos, lo que no es malo si se sabe elegir, porque el mensaje aguanta con todo”.
de las comunicaciones de la época era de uso exclusivo de filósofos, científicos, especialistas y políticos que merecían ser leídos o escuchados, los primeros, porque sus criterios buscaban hacer que la vida tuviera sentido; los últimos, porque estaban obligados a dirigir el rumbo de la vida.
En el presente, la tecnología de las comunicaciones parece ser de uso exclusivo de indoctos, lo que no es malo si se sabe elegir, porque el mensaje aguanta con todo.
Otorgo una muestra: un cuerpo desnudo, tallado por el ejercicio, o el cirujano, o la misma naturaleza; una idea burda, plagada de intenciones soeces; imágenes grotescas que siendo parte de nuestra realidad no existe la obligación de admirar, y menos, de reproducir; un embuste; la reseña de un libro, la gracia de un buen comentario, la diversión de una broma escrita y descrita, la elegancia de un paisaje; una verdad.
En fin, la elección del mensaje conlleva a evitar esa comunicación sin sentido de decir, escribir, escuchar y reproducir ordinarieces, y a realizar lo que ya no hacemos nunca (o sí), y es el no permitir —por mala elección— que el objeto prodigioso que se carga en la mano dirija y permita, únicamente, que se eche el respiro y las babas, cuando él así lo desee