¡Ya!
El ya debió ser hace semanas, es un ya que debe ser ahora. Inconcebible que nuestros médicos y enfermeras y el personal de apoyo laboren bajo el riesgo creciente de contaminarse. Costa Rica y Panamá ya tienen su personal sanitario vacunado contra el covid 19, mientras en Honduras se lamenta a diario la pérdida de vidas valiosas para la sociedad, la más valiosa para sus familias. Algo está fallando. El presidente Hernández debe comprender que este no es asunto de no dar el brazo a torcer, o de ganar un pulso a los médicos que reclaman sus derechos. No son solo ellos, somos la ciudadanía quienes exigimos su seguridad. Por razones humanitarias, sí, y por muy prácticas: necesitamos a nuestros médicos, son imprescindibles. Los que viven su juramento hipocrático. Que contrastan con otros colegas, unos que perciben salarios públicos, pero con el pretexto de ser de otras especialidades se inhiben de ayudar en la pandemia. O lo injustificable, que tantos médicos no tengan su plaza. ¿Por qué no ha nombrado ya al viceministro Cosenza o a Samuel Santos o a Elsa Palau, todos con conocimientos, capacidad y entrega irrefutables? ¿Qué se gana con el capricho de no designar a quien tenga la calificación para tomar decisiones inteligentes y proactivas? Si no es nada personal, menos político. Es la angustia de llorar cada día médicos que ni siquiera se conocieron.
Insuperable será el dolor de la partida de Cándido Ulises Mejía Padilla. Un día se conocerá de su inconmensurable dimensión humana y profesional. El impacto de su partida es lógico. El elevado nivel científico que le fue reconocido internacionalmente no varió su humildad y su disposición de servir. En él no había lo protervo del trato diferenciado de algunos médicos, al pobre en los hospitales públicos y al que les paga en los privados. El amaba curar a los demás, era él ejemplar. Lo aprendió de su padre, el eminente cirujano cardiovascular Cándido Mejía Castro.
La vacuna para nuestros médicos es ya. ¡El cambio en salud también es ya!