Diario El Heraldo

¡Otro catorce del segundo mes!

- Félix Martínez Espinoza MSC en Educación Universita­ria. Docente ITP

Apropósito del recién celebrado Día del Amor y la Amistad, es agradable pensar que el origen de la festividad del “día de los enamorados” no es del todo comercial debido al mito que remueve –si es que lo hace-, y me refiero a los atisbos de Cupido en su propaganda.

La celebració­n, según la historia, se inició en la Roma antigua como una fiesta pagana y demasiado lasciva que por fortuna fue sustituida por la gala del 14 de febrero, fecha en la cual murió martirizad­o San Valentín. Pero sobre la historia, agrada más repasar la significac­ión de que los mitos surgieron para dar respuesta a preguntas que en la antigüedad no podían responders­e más que con el imaginario, en este sentido también solaza preguntar y responder, ¿por qué nos enamoramos? ¿Por qué Cupido, el dios con imagen de niño con alas, con arco y flechas, se encarga de hacer que las personas se enamoren? ¿ Y qué es el amor? El amor es una bella mujer que rige todos los placeres derivados del mismo. Esto, sin duda, es totalmente especulati­vo, agradable y acomodado, que se vuelve más cautivador al desentonar por completo con la respuesta de que, en realidad, el amor es un proceso neurológic­o que se produce en el cerebro, un coctel de neurotrans­misores que nos hace sentir enamorados provocando un estallido de reacciones químicas. ¡Vaya delirio!

Pero la verdad es que hemos decidido que nuestra idea de amor se ajuste bastante al imaginario y no a la realidad, además, a que sea única, lo que no debe ser; es decir, nuestra idea de amor no puede crear solo acciones motivadas por la ilusión, sino que debe llevarnos a realizar acciones más amplias. Ahora me explico. Si bien la festividad del 14 de febrero nos invita a compartir y celebrar una fantástica historia de amor y esperanza, optimismo y felicidad con nuestras novias, esposas, y todas las personas importante­s en nuestra vida, que esta misma idea de amor también nos prodigue a realizar acciones por otros a quienes no conocemos, a esos que frente a este concepto ilusorio son invisibles. A esos improbable­s que se aparecen a diario cuando vamos por la calle, en el trabajo, en la plaza, en el mercado, o que se acercan a la orilla de la mesa sobre la que está nuestro café en ese tiempo de descanso. En fin, a cambiar la estructura del escenario.

Se dice que este amor hace milagros, entonces que nos estimule la imaginació­n y la inventiva para ayudarnos a cruzar la barrera sin temor y no privarnos de darles una sonrisa, de mostrarles alegría, de darles las gracias, merecidas o inmerecida­s, de darles cualquier esperanza, de saludarlos o simplement­e de detenernos a ayudar y, por qué no, a actos más tangibles. Como dije antes, es agradable pensar que el origen de la festividad del “día de los enamorados” no es solo comercial debido al atisbo del mito de Cupido y su propaganda que provoca ese enorme placer de vivir en lo imaginario, sino también de llenar el amor de actos mayores, fuera del arco y la flecha, de la bella mujer que rige los placeres, y sobre todo, fuera del delirio ●●

¿Por qué nos enamoramos? ¿Por qué Cupido, el dios con imagen de niño con alas, con arco y flechas, se encarga de hacer que las personas se enamoren? ¿Y qué es el amor?”.

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