Ahora los niños con el maldito huésped
Al principio de la pandemia, los que tenemos algo que ver con niños -que somos casi todosrespirábamos medio tranquilos, porque el abyecto covid-19 desdeñaba felizmente a los menores de edad, para ocuparse con saña de adultos mayores o personas con afecciones crónicas; pero de un tiempo a esta parte la tragedia va cambiando de hospedaje.
Nos daban miedo los niños porque... bueno, son impredecibles, descuidados, inconscientes, y con una peste de altísima contagiosidad, parece imposible sujetarlos a la irritante bioseguridad; cómo hacer para que no se quiten la mascarilla o que dejen de tocar todo, que se higienicen con alcohol y que huyan de las multitudes.
Basta revisar las impasibles estadísticas para escandalizarse; si contamos los primeros cinco días de agosto, sumamos más de 700 menores de edad contagiados con coronavirus; y esta semana, ante la espera de espanto de sus padres, diez estaban en las salas de UCI del Hospital Escuela y el Hospital María de Tegucigalpa.
Cuesta decirlo, pero hasta el miércoles anterior 46 hondureñitos habían perdido la vida por el rabioso coronavirus, una tragedia inimaginable en la extensión del dolor para cualquier familia, insuperable: algunos llegaron tarde a la atención médica, otros no encontraron cupo.
El número de niños contagiados también es estremecedor: casi 28 mil, registrados oficialmente, porque como ocurre con adultos, algunos pasan la enfermedad sin apenas síntomas, molestias ni nada, y no van a exámenes ni hospitales; pero como sea, esos menores representan el 9% de los más de 300 mil casos totales.
Es fácil encontrarse con adultos que tampoco han crecido demasiado, y van por ahí desenfadados, irresponsables, sin cuidarse; y lo peor, con un inaceptable descuido de sus propios hijos”.
A pesar de eso, es fácil encontrarse con adultos que tampoco han crecido demasiado, y van por ahí desenfadados, irresponsables, sin cuidarse; y lo peor, con un inaceptable descuido de sus propios hijos, no ya porque salten a la calzada y los golpee un carro, o se caigan de las escaleras en el “mall”, no, simplemente porque el oxígeno que respiramos puede llevar peligro mortal.
Los encuentro por todos lados, niños que van a su aire, sueltos de sus padres, sin mascarillas o mal puestas, rozando todo, corriendo como si nada, en los centros comerciales, en restaurantes, en las aceras; más vulnerables que nunca, más arriesgados que siempre.
Sin pensar tanto que el cuidado de los niños es responsabilidad de toda la sociedad, otras personas y quisiéramos recriminar a los adultos, decirles que peligran sus hijos, que pueden lamentarlo trágicamente, que llorarán inconsolables; pero con el hondureño tan susceptible y agresivo a saber qué cosas pasarían... tal vez solo una sutil observación, para que no se enojen.
Las vacunas están llegando a trancas y barrancas, pero todavía no hay para niños, y como los números fatales suben presurosos, una sociedad rota necesitará una campaña externa que enseñe que, aún con el daño de la familia, esa es la primera muralla protectora de los niños