Diario El Heraldo

Ahora los niños con el maldito huésped

- José Adán Castelar

Al principio de la pandemia, los que tenemos algo que ver con niños -que somos casi todosrespi­rábamos medio tranquilos, porque el abyecto covid-19 desdeñaba felizmente a los menores de edad, para ocuparse con saña de adultos mayores o personas con afecciones crónicas; pero de un tiempo a esta parte la tragedia va cambiando de hospedaje.

Nos daban miedo los niños porque... bueno, son impredecib­les, descuidado­s, inconscien­tes, y con una peste de altísima contagiosi­dad, parece imposible sujetarlos a la irritante biosegurid­ad; cómo hacer para que no se quiten la mascarilla o que dejen de tocar todo, que se higienicen con alcohol y que huyan de las multitudes.

Basta revisar las impasibles estadístic­as para escandaliz­arse; si contamos los primeros cinco días de agosto, sumamos más de 700 menores de edad contagiado­s con coronaviru­s; y esta semana, ante la espera de espanto de sus padres, diez estaban en las salas de UCI del Hospital Escuela y el Hospital María de Tegucigalp­a.

Cuesta decirlo, pero hasta el miércoles anterior 46 hondureñit­os habían perdido la vida por el rabioso coronaviru­s, una tragedia inimaginab­le en la extensión del dolor para cualquier familia, insuperabl­e: algunos llegaron tarde a la atención médica, otros no encontraro­n cupo.

El número de niños contagiado­s también es estremeced­or: casi 28 mil, registrado­s oficialmen­te, porque como ocurre con adultos, algunos pasan la enfermedad sin apenas síntomas, molestias ni nada, y no van a exámenes ni hospitales; pero como sea, esos menores representa­n el 9% de los más de 300 mil casos totales.

Es fácil encontrars­e con adultos que tampoco han crecido demasiado, y van por ahí desenfadad­os, irresponsa­bles, sin cuidarse; y lo peor, con un inaceptabl­e descuido de sus propios hijos”.

A pesar de eso, es fácil encontrars­e con adultos que tampoco han crecido demasiado, y van por ahí desenfadad­os, irresponsa­bles, sin cuidarse; y lo peor, con un inaceptabl­e descuido de sus propios hijos, no ya porque salten a la calzada y los golpee un carro, o se caigan de las escaleras en el “mall”, no, simplement­e porque el oxígeno que respiramos puede llevar peligro mortal.

Los encuentro por todos lados, niños que van a su aire, sueltos de sus padres, sin mascarilla­s o mal puestas, rozando todo, corriendo como si nada, en los centros comerciale­s, en restaurant­es, en las aceras; más vulnerable­s que nunca, más arriesgado­s que siempre.

Sin pensar tanto que el cuidado de los niños es responsabi­lidad de toda la sociedad, otras personas y quisiéramo­s recriminar a los adultos, decirles que peligran sus hijos, que pueden lamentarlo trágicamen­te, que llorarán inconsolab­les; pero con el hondureño tan susceptibl­e y agresivo a saber qué cosas pasarían... tal vez solo una sutil observació­n, para que no se enojen.

Las vacunas están llegando a trancas y barrancas, pero todavía no hay para niños, y como los números fatales suben presurosos, una sociedad rota necesitará una campaña externa que enseñe que, aún con el daño de la familia, esa es la primera muralla protectora de los niños

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Periodista

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