Diario El Heraldo

Este relato narra un caso real. Se han cambiado los nombres.

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R“Aunque parezca grotesco, la historia criminal de Honduras es una mina inagotable. Uno tras otro, los casos se multiplica­n en una espiral que no se detendrá nunca, llenando de sangre, dolor y lágrimas a la sociedad. Por desgracia, mientras la Maldad, así con mayúscula, viva en el corazón del hombre, será algo con lo que tenemos que lidiar siempre. Y por más que el sistema de justicia se esfuerce por castigar al criminal, las causas del mal no podrán desarraiga­rse del interior del ser humano. Es así desde que Caín mató a su hermano Abel, y así será hasta que Dios intervenga con mano fuerte”.

Estas palabras las dijo la doctora Roxana Díaz con algo de pesimismo y muestran una realidad de la que no podemos escapar, sencillame­nte, “porque perverso y engañoso es el corazón del hombre” y, por desgracia, “sus pasos se inclinan a hacer el mal”.

“La ira, la envidia, el despecho, el dinero y la avaricia son algunos de los motivos del crimen –agrega la doctora Roxana–, aunque podemos elegir perfectame­nte entre el bien y el mal ya que sabemos que si hacemos lo malo el final que nos espera es la cárcel o la tumba. Bien se ha dicho que lo que empieza con maldad termina con lágrimas”.

La doctora sonríe. Está convencida de lo que dice, aunque hay tristeza en ella.

“Bien sabemos –añadió después de una pausa– que el delito no paga; tarde o temprano el criminal sufrirá las consecuenc­ias de sus actos, entonces será el lloro y el crujir de dientes, sencillame­nte, porque el que siembra vientos cosecha tempestade­s. Y esto es una inviolable ley de la vida”.

La doctora Roxana es una mujer

oxana.

agradable, bonita, buena conversado­ra y dueña de una inteligenc­ia aguda. Ama su carrera de Médico Forense y se esfuerza cada día por combatir el crimen.

“No debemos rendirnos –dice–; esta es una lucha de cada día. El criminal debe entender que tarde o temprano pagará su delito porque la Policía no duerme, porque los fiscales no descansan y porque Dios repudia al que hace lo malo”.

Sonríe y brillan sus ojos oscuros. “Eso fue lo que pasó con Carlos – siguió diciendo, poco después–; estaba seguro de que lo que hacía era lo correcto, y se equivocó desde el primer momento en que el despecho sembró el odio en su corazón; y cuando el odio y el deseo de venganza echaron raíces en su interior, Carlos dio sus primeros pasos hacia el desastre”.

“Nunca fui feliz –dice Carlos, sentado con una pierna cruzada sobre la otra–; desde niño fui diferente, y por eso mi papá me pegaba, según él para hacerme hombre…”.

Calla por un momento, se limpia las lágrimas que corren por sus mejillas, y agrega, con acento cargado de dolor: “Yo no tuve la culpa de nacer así”. Viste una falda corta, lleva medias de color carne, una blusa pequeña, y tiene el pelo adornado con una peineta de carey con piedras blancas, como perlas.

“¿Por qué tenía que engañarme? –se pregunta, levantando la voz–. ¿Por qué jugar con los sentimient­os de quien lo quería de verdad?”

Tosió un par de veces, para aclarar la garganta, ya que el dolor y la tristeza ahogaban su corazón y, tratando de sonreír, dijo, cambiando de tema:

“No sé cómo me descubrió la Policía, si planifiqué cada cosa hasta en el más mínimo detalle… Para mí fue una sorpresa cuando los agentes de la DPI llegaron a mi casa y me dijeron que tenían una orden de captura en mi contra…”

La sonrisa se amplió en su rostro. “Son buenos esos chavos” –exclamó después, arreglándo­se un mechón que caía sobre su frente, mostrando sus largas uñas pintadas de rojo encendido.

“Ningún caso es complicado –dice la doctora Roxana–; el criminal deja su huella, su forma en la escena del crimen, y aquí cada detalle dice algo del criminal y del móvil del crimen, y un buen perfilador, un experto en perfil psicológic­o del criminal, sabe leer en la escena… Por eso es que la DPI y la fiscalía tienen mucho éxito en su lucha contra la criminalid­ad”.

Caso

Nunca fui feliz –dice Carlos, sentado con una pierna cruzada sobre la otra–; desde niño fui diferente, y por eso mi papá me pegaba, según él para hacerme hombre…”.

Carlos tiene veintiocho años, es un hombre triste, a pesar de que hay paz en su

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