Diario El Heraldo

LITERATURA SIN ETIQUETAS

Criterio Excepciona­les son, en la actualidad, los casos en los que un libro se lee sin prejuicios, sin considerac­iones extraliter­arias, por el sólo hecho de que sea una obra con voluntad estética, más allá de los temas que aborda o de la persona que lo es

- Giovanni Rodríguez El Heraldo diario@elheraldo.hn San Pedro Sula

El concepto de “literatura femenina” resulta en la actualidad un tema de debate permanente. El sólo hecho de que exista como etiqueta ya entraña un problema y da pie a la discusión. En primer lugar, porque obliga a preguntars­e por la inexistenc­ia de otra etiqueta que funcione como su contrapart­e, la de una “literatura masculina” o de una “literatura escrita por hombres”.

Es innecesari­o decirlo, sobre todo ahora, cuando es fácil observar la historia y comprobar que durante mucho tiempo eran los hombres los que “dominaban” el panorama literario en cualquier parte del mundo, ya fuera porque las mujeres escribían menos, porque su papel en la sociedad se reducía al de las amas de casa, de “ángeles del hogar”, o por simple discrimina­ción machista; de manera que hablar de una “literatura masculina” vendría a ser casi un pleonasmo, desde la concepción tradiciona­l.

No es difícil encontrarl­e su razón de ser en la actualidad a esa permanente sobreexpos­ición de la “literatura femenina” en las mesas de discusión de encuentros literarios, universida­des, revistas, periódicos y editoriale­s, en el sentido de que, con el auge del feminismo durante las últimas décadas, la labor de escritura por parte de las mujeres ha recibido una mayor atención. A lo que resulta difícil encontrarl­e sentido es a la discusión en torno a por qué las mujeres escritoras merecen o no mere

A lo que resulta difícil encontrarl­e sentido es a la discusión en torno a por qué las mujeres escritoras merecen o no merecen esa atención.

cen esa atención.

El debate

En este debate entran dos puntos de vista que, tradiciona­lmente, cuando se trata de literatura, han estado en conflicto: la literatura vista como arte y la literatura vista como manifestac­ión social. En la confusión de esos puntos de vista hemos sido testigos del naufragio de buena parte de la crítica literaria durante mucho tiempo, pero resulta particular­mente peligroso lo que se observa en la actualidad derivado de la confrontac­ión entre dos enunciados simples: el de la literatura y el de la literatura escrita por mujeres; es hasta sospechosa esa sobreexpos­ición a la que me he referido antes, y aquí es donde la etiqueta “literatura femenina” pareciera producir más daño que beneficio.

En la actualidad la discusión capta tanta atención como la propia literatura escrita por mujeres, algo que, si entre los seres humanos prevalecie­ran los principios de justicia, equidad, rigor crítico, no sería tan importante. En un mundo ideal las mujeres y los hombres encontrarí­an, en las mismas condicione­s de “competitiv­idad”, hueco en las editoriale­s, captarían la atención mediática, conectaría­n con sus lectores, recibirían críticas y premios.

En el mundo actual, regido en muchos casos por las ideologías, por el machismo, la discrimina­ción, los reclamos populares, la corrección política, las cuotas de poder y de participac­ión, aquella rampa de salida en donde hombres y mujeres que escriben libros pretenden iniciar su recorrido, desoyendo todo ese ruido que no concierne a lo estrictame­nte literario, se ve más bien como un muro que deben escalar, para lo cual lo que se requiere no es necesariam­ente que sus libros tengan calidad sino tan sólo que sepan usar sus herramient­as de alpinismo.

Esto, por supuesto, desvirtúa en buena medida la naturaleza

“Probableme­nte también ocurra que un día pueda observarse con objetivida­d, sin tanta bruma de por medio, el panorama de la literatura actual, para juzgar con mayor distancia la diferencia entre el ruido y las nueces”.

de lo literario y relega a un segundo plano el concepto de la calidad literaria en favor de otros aspectos que deberían ser periférico­s, pero que ahora parecen tener una importanci­a central en el panorama de la literatura.

Adecuada o no, la etiqueta de “literatura femenina” conlleva, en un buen porcentaje, cierta ventaja.

Es indiscutib­le lo que el movimiento feminista ha propiciado haciendo uso de ella. Para las escritoras el uso de esa etiqueta, en la que muchas veces se escudan o que automática­mente les sirve de credencial de acceso, algo que antes, por su misma condición de mujeres, se les negaba, no podría ser más provechoso.

Ahí vemos, por ejemplo, la cada vez mayor presencia de mujeres con libros en las grandes editoriale­s últimament­e o la cantidad de premios que están recibiendo. Para otras, en cambio, supone una especie de marca negativa que apela a la condescend­encia, a la necesidad de inclusión, a la corrección política, dejando al margen lo que en realidad debería importar: su calidad como escritoras.

De cualquier manera, la discusión en torno a este tema no acabará nunca, porque es más fácil discutir sobre política y derechos humanos que sobre literatura. Excepciona­les son, en la actualidad, los casos en los que un libro se lee sin prejuicios, sin considerac­iones extraliter­arias, por el sólo hecho de que sea una obra con voluntad estética, más allá de los temas que aborda o de la persona que lo escribió o de la persona que lo lee.

Así, por ejemplo, he disfrutado leyendo durante los últimos años a grandísima­s escritoras como Alice Munro, Margaret Atwood o Joyce Carol Oates, o he descubiert­o buenísimos libros de Samanta Schweblin, Cristina Rivera Garza, Clara Obligado, Mariana Enríquez, Mercedes Estramil o Virginie Despentes; y en cada una de esas oportunida­des he sentido (y pensado) que lo que hago es leer literatura a secas y no “literatura femenina” o “literatura escrita por mujeres”, porque al final, lo que me importa (no sé a ustedes) es que escriban, y que escriban bien, independie­ntemente de si lo hacen con falda o pantalón, independie­ntemente de su condición “binaria” o “no binaria”.

El tiempo parece corregir a veces errores graves, y así como ahora se revaloriza el trabajo de escritoras de décadas o siglos anteriores, probableme­nte también ocurra que un día pueda observarse con objetivida­d, sin tanta bruma de por medio, el panorama de la literatura actual, para juzgar con mayor distancia la diferencia entre el ruido y las nueces, limpios ya los libros (y quienes los escriben) de tanto polvo y tanta paja

EL AUTOR

CIUDAD

ESCRITOR

Escritor y catedrátic­o de literatura hondureña, centroamer­icana y latinoamer­icana en la UNAH-VS. Ha publicado los libros “Morir todavía”, “Las horas bajas”, “Ficción hereje para lectores castos”, “Café & literatura”, “Melancolía inútil”, “La caída del mundo”, “Los días y los muertos”, “Tercera persona”, “Teoría de la noche”, “Doce cuentos negros y violentos” (antologado) y “Las noches en la casa del sol naciente”.

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FOTOS: EL HERALDO
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La crítica ha sucumbido a considerac­iones que más que centrales deberían ser periférica­s respecto a la literatura.
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GIOVANNI RODRÍGUEZ

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