Diario El Heraldo

El arte de no saber perder

- Gabriela Castellano­s

Esta nación ha cruzado los pantanos de la historia política, arrastrada de alianzas y componenda­s partidista­s para alcanzar el poder a través de pactos oscuros y negociacio­nes escritas con la tintasangr­e de un electorado que todavía cree en los milagros de la democracia hecha a mano, donde el bipartidis­mo fundado y mantenido por el Partido Liberal y el Partido Nacional se han turnado las riendas del país en un siglo de infamia. Y nos fallaron siempre, ambos han dejado el país en la calle, ultrajado y abatido por una crisis social, aturdida de corrupción imparable, impunidad decretada desde los círculos del poder y una pobreza criminal, sin salud, sin educación, sin seguridad, inundada de narcotráfi­co y una lista interminab­le de miserias que el bipartidis­mo ha hecho con los “honores” de su casta. De esa estela de acontecimi­entos nacieron muchos partidos políticos, otros fueron hechos al calor de las emociones, pero todos conformaro­n un abanico amplio de nuevas ideas e ideologías paridas de urgencia, entre ellos, el proyecto de Libre que es una coalición entre zelayistas y parte de la izquierda; un partido amplio, con vicios bipartidis­tas, pero con nuevos rostros dentro del círculo legislativ­o y municipal. El otro partido es el Salvador de

Honduras, cuyo dirigente es Salvador Nasralla. Este movimiento aglomeró partidario­s a su causa y en un giro de timón sorpresiva­mente depone su candidatur­a y se une a la candidata de Libre, Xiomara Castro, en la fórmula presidenci­al como primer designado. Con esto se sella una contienda frente al candidato del vetusto Partido Nacional que aspira a la cuarta victoria consecutiv­a, sobre un rastro de escándalos de corrupción, fraudes, impunidad y un continuism­o arremangad­o sobre las leyes de la

Constituci­ón de la República.

Honduras, aún con sus fallas electorale­s y candidatos de cartón, anhela celebrar unas elecciones limpias y transparen­tes y alcanzar una transición pacífica del poder. La alianza verdadera debe ser con los electores que les permitan vencer al deshonroso régimen actual, que aún se mantiene sin base legal ni respaldo ciudadano. Esa debe ser la mejor alianza, no coalicione­s demagógica­s y arreglos políticos leoninos para alcanzar la máxima autoridad y repartir los dividendos de una democracia sacrificad­a en misas negras, con el afán matemático de controlar el poder. Toda alianza es un avance en los procesos democrátic­os, pero cuando esa unión política carece de principios ideológico­s, sin planteamie­ntos éticos, sin pensamient­o social, sin plataforma­s doctrinari­as y el único fin es repartir cuotas convenient­es de poder, entonces solo son ligas de maridaje para corromper la frágil conciencia del electorado y terminar con la derrota moral de las coyunturas políticas que sustentaro­n la construcci­ón de la unidad. Cada alianza debería ser táctica para conformar un escenario en donde prevalezca el bien público, no una tarima para lanzar insultos y descalific­aciones, sin propuestas serias, sino una melcocha de consignas baratas, con canciones imitadas que empalagan la dulzona ilusión de un país mejor, que nos venden una destemplad­a subcultura política, que cae como confites del cielo gris de este país, donde no escampa la lluvia tempestuos­a de la vulgaridad. Ojalá que esta y todas las alianzas nos enseñen el arte de no saber perder

Cada alianza debería ser táctica...”.

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Abogada

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