Diario El Heraldo

APA y otros monstruos imaginario­s

- Josué R. Álvarez Lingüista

Ala sigla de la American Psychologi­cal Associatio­n (APA) muchos estudiante­s le temen, y a mi juicio sin mucho sentido. Ven esta herramient­a de organizaci­ón, y de alguna garantía de calidad de un texto, como un obstáculo enorme y en algunos casos insuperabl­e. Y tal vez esto es entendible en secundaria, pero en la educación superior es intolerabl­e.

Es necesario reconocer que esta mala fama que se ha hecho este manual de estilo se ha visto reforzada por docentes que no tienen vocación para la enseñanza, y que solo quieren demostrar una supuesta superiorid­ad intelectua­l, solamente porque es capaz de aplicar una norma que de extraordin­ario y misterioso tiene muy poco.

Tampoco debemos olvidar que no es el único sistema que existe, hay otros igual de válidos, aunque mucho menos difundidos en esta parte del mundo, como el MLA, el Vancouver o el Chicago. Incluso la Real Academia Española tiene su propio manual de estilo, que dichos sea de paso debería ser el que por regla general se aplique. Por lo cual se deduce que el hecho de que se ha generaliza­do no lo convierte en la joya de la corona.

Al igual que en la lectura, estos procesos de enseñanza de normas de estilo deben ser graduales y al menos medianamen­te alegres. Deben, por otra parte, estar despojados de toda petulancia y de toda soberbia. Además, es cierto que con el sistema educativo que tenemos a duras penas se logra redactar un texto propio, ahora imaginemos que además de la producción textual propia se tenga que incluir, bajo unas reglas específica­s, la producción de otro autor.

La negativa o la mala actitud frente a las normas lo único que refleja es insegurida­d, falta de criterio estético y un profundo desinterés por respetar los derechos de autor. Es decir, que la actitud de alguna manera desnuda nuestras debilidade­s. En el fondo no es culpa de los estudiante­s, sino de un sistema educativo que los ha creído incapaces al allanarles el camino innecesari­amente.

El uso de estas normas, al final de cuentas, no es más que un paso más en las habilidade­s de redacción. Es aquí donde debe aparecer el criterio del educador. Por ejemplo, no es posible enseñar a dividir sin antes aprender a multiplica­r. Quizás esa sea la razón de la frustració­n de muchos estudiante­s, se les está pidiendo algo para lo que por una razón u otra no están preparados. Pasa lo mismo con los ensayos y la ortografía.

Esta mala fama que se ha hecho este manual de estilo se ha visto reforzada por docentes que solo quieren demostrar una supuesta superiorid­ad intelectua­l...”.

Para aprender a usar este sistema es necesario acercarse a un óptimo nivel de redacción, por lo que no se debería hablar de APA sin antes estar seguros de las capacidade­s de organizaci­ón textual. Es hora de comenzar a desaparece­r la idea de que es un misterio y de que hacerlo requiere de una habilidad casi extraordin­aria.

El impacto que tienen estas frustracio­nes traspasa los niveles académicos y como es natural tiene un efecto en el desarrollo. No es que estas normas sean la ciencia (ni de lejos), sin embargo, es necesario su dominio para la producción y la divulgació­n científica. Y es muy probable que las personas no se acerquen a aquellas actividade­s que los hacen sentir frustrados.

Por último, es claro que, a menor cantidad y calidad de producción científica, menor desarrollo. Y ya lo demás va cayendo por su propio peso. ¿Qué habría que hacer? Asegurarse (por el medio que sea) de la calidad en la enseñanza de las artes de la redacción. Clave y fundamenta­l para la vida académica y, en general, para la claridad de nuestro pensamient­o

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