APA y otros monstruos imaginarios
Ala sigla de la American Psychological Association (APA) muchos estudiantes le temen, y a mi juicio sin mucho sentido. Ven esta herramienta de organización, y de alguna garantía de calidad de un texto, como un obstáculo enorme y en algunos casos insuperable. Y tal vez esto es entendible en secundaria, pero en la educación superior es intolerable.
Es necesario reconocer que esta mala fama que se ha hecho este manual de estilo se ha visto reforzada por docentes que no tienen vocación para la enseñanza, y que solo quieren demostrar una supuesta superioridad intelectual, solamente porque es capaz de aplicar una norma que de extraordinario y misterioso tiene muy poco.
Tampoco debemos olvidar que no es el único sistema que existe, hay otros igual de válidos, aunque mucho menos difundidos en esta parte del mundo, como el MLA, el Vancouver o el Chicago. Incluso la Real Academia Española tiene su propio manual de estilo, que dichos sea de paso debería ser el que por regla general se aplique. Por lo cual se deduce que el hecho de que se ha generalizado no lo convierte en la joya de la corona.
Al igual que en la lectura, estos procesos de enseñanza de normas de estilo deben ser graduales y al menos medianamente alegres. Deben, por otra parte, estar despojados de toda petulancia y de toda soberbia. Además, es cierto que con el sistema educativo que tenemos a duras penas se logra redactar un texto propio, ahora imaginemos que además de la producción textual propia se tenga que incluir, bajo unas reglas específicas, la producción de otro autor.
La negativa o la mala actitud frente a las normas lo único que refleja es inseguridad, falta de criterio estético y un profundo desinterés por respetar los derechos de autor. Es decir, que la actitud de alguna manera desnuda nuestras debilidades. En el fondo no es culpa de los estudiantes, sino de un sistema educativo que los ha creído incapaces al allanarles el camino innecesariamente.
El uso de estas normas, al final de cuentas, no es más que un paso más en las habilidades de redacción. Es aquí donde debe aparecer el criterio del educador. Por ejemplo, no es posible enseñar a dividir sin antes aprender a multiplicar. Quizás esa sea la razón de la frustración de muchos estudiantes, se les está pidiendo algo para lo que por una razón u otra no están preparados. Pasa lo mismo con los ensayos y la ortografía.
Esta mala fama que se ha hecho este manual de estilo se ha visto reforzada por docentes que solo quieren demostrar una supuesta superioridad intelectual...”.
Para aprender a usar este sistema es necesario acercarse a un óptimo nivel de redacción, por lo que no se debería hablar de APA sin antes estar seguros de las capacidades de organización textual. Es hora de comenzar a desaparecer la idea de que es un misterio y de que hacerlo requiere de una habilidad casi extraordinaria.
El impacto que tienen estas frustraciones traspasa los niveles académicos y como es natural tiene un efecto en el desarrollo. No es que estas normas sean la ciencia (ni de lejos), sin embargo, es necesario su dominio para la producción y la divulgación científica. Y es muy probable que las personas no se acerquen a aquellas actividades que los hacen sentir frustrados.
Por último, es claro que, a menor cantidad y calidad de producción científica, menor desarrollo. Y ya lo demás va cayendo por su propio peso. ¿Qué habría que hacer? Asegurarse (por el medio que sea) de la calidad en la enseñanza de las artes de la redacción. Clave y fundamental para la vida académica y, en general, para la claridad de nuestro pensamiento