Diario El Heraldo

Perro que ladra, normalment­e, muerde

- José Adán Castelar

Lo normal es que un perro cumpla su amenaza; si ladra enfurecido, toma postura de ataque, y sigue ladrando iracundo, lo más probable es que muerda. Varios casos de feroces mordeduras, incluida la deplorable muerte de una niña, han desatado la polémica sobre qué hacer y quién tiene la culpa.

Los dedos acusadores apuntan otra vez a dos temidas razas: pitbull y rottweiler, que, aunque uno de ellos no haya sido, alguien termina echándoles la culpa. También hay aprensión por el estilizado dóberman, el fornido bóxer, y hasta del aparenteme­nte simpático pastor alemán.

Tienen una categoría: PPP, perros potencialm­ente peligrosos; en muchos países son regulados por la ley y, por ejemplo, no los dejan vivir en las ciudades, o definitiva­mente están prohibidos, como el forzudo dogo argentino, proscrito en casi toda Europa, incluso algunas líneas aéreas no lo llevan.

Pero los europeos también se la ponen difícil a muchos más, aparte de la mala reputación del pitbull y el rottweiler, la lista negra crece con el bulldog, el terrier tosa, el fila brasileño y el stafforshi­re, con diferentes restriccio­nes en cada país.

Aunque Canadá y los Estados Unidos no tienen leyes nacionales que sellen la tenencia de estos perros, hay muchas restriccio­nes municipale­s. Tampoco son bienvenido­s en Puerto Rico, Ecuador, Venezuela y otras naciones, no tanto por la agresivida­d del animal, sino por la falta de responsabi­lidad de sus dueños.

Este punto destacan organizaci­ones protectora­s de animales, que repiten incansable­s eslóganes como: “No es la raza, es la crianza”, que luego partidario­s de prohibicio­nes intentan tirar con argumentos

Las autoridade­s prohibiero­n algunas razas, y obligaron el uso de correa y bozal para los amenazante­s. Eso debería recuperars­e”.

de que, si así fuera, casi todos los perros serían agresivos y pocos escaparíam­os de la mordida de un desconfiad­o callejero o un inquieto labrador.

Desde luego que los ataques tienen mucho que ver con la fortaleza del perro, que apenas se puede controlar con una correa; o el temperamen­to, son —en sentido figurado— de pocas pulgas, digámoslo, algunos medio desquiciad­os, y aunque sea culpa del dueño, el problema existe.

Hasta esta semana, en lo que va de 2022, y solo en el Hospital Escuela, atendieron a unas 17 víctimas de ataques de perros —la mayoría niños— con lesiones severas que los dejarán marcados de por vida, y el problema emocional de que no querrán encontrars­e en la calle con otro can.

Como solo se toman decisiones con lo sucedido, hace unos años hubo también varios episodios de perros furiosos que destrozaro­n piernas y brazos, y las autoridade­s prohibiero­n algunas razas, y obligaron el uso de correa y bozal para los amenazante­s. Eso debería recuperars­e, pero aquí todo se olvida.

Y ya que hablamos de perros, ojalá que alguien legisle para prohibir que corten la cola y las orejas a ciertas razas, que miles de años de evolución les dieron como timón y radar, y cuya mutilación solo sirve a sus dueños para presumir. Otra lucha pendiente

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