Poniéndole el cascabel al gato
Hace varios años, escuché a un especialista en temas parlamentarios de origen extranjero preguntarle a un presidente del órgano legislativo hondureño si era consciente de la envidia que produciría en sus homólogos en el mundo si estos conocieran de los ilimitados poderes con que él contaba. Con la mirada fija en su interlocutor, el interrogado le contestó pausadamente que, en efecto, estaba al tanto de las omnímodas facultades políticas, administrativas, presupuestarias, legislativas, de contratación de personal y otras tantas que poseía gracias a la dispendiosa normativa interna del Congreso Nacional. Quien hablaba agregó que era un tema que en algún momento le había inquietado y que, de acuerdo con las buenas prácticas democráticas y de un Estado de derecho, coincidía con él en la apreciación que deberían acotarse. “Sin embargo —agregó— si en el algún momento yo me atreviera a proponer un recorte o limitación de tales poderes, estoy seguro de que mi bancada sería la primera en oponerse y no me extrañaría que hasta la oposición del momento se sumaría a ellos”. “Sepa usted —concluyó— que cada uno de mis compañeros de cámara aspira a ocupar esta silla y contar con estas facultades, cuando sea el momento. Una propuesta de este tipo sería rechazada, sin duda”.
Yo estaba presente como testigo de este intercambio sincero de opiniones y, mientras escuchaba esa demostración de profundo “realismo” político, no dejaba de acordarme de la fábula de Jean de La Fontaine que contaba como unos ratones, agobiados por los estragos de un gato llamado Rodilardo, no osaban moverse de sus cuevas y decidieron reunirse para darle remedio a sus penurias. En la asamblea de roedores, un ratón viejo e inteligente, propuso que la solución era sencilla: ¡atarle al gato un cascabel al cuello!, así cuando el mínimo se acercara, todos podrían prevenir y ponerse a salvo antes que aquel llegara. El aplauso fue unánime y entusiasta ante solución tan buena, sin embargo, ¿quién sería la valiente?, ¿cuál sería el osado que se encargaría de atarle el cascabel al gato?
El informe presentado por la presidencia en funciones del Congreso Nacional en el que se revelan una serie de excesos de la reciente gestión de ese poder del Estado no deja duda alguna de que es necesario poner límites a la amplia discrecionalidad con que cuentan los titulares de la cámara legislativa, esa que era tan desproporcionada para un distante observador extranjero.
Cuando se redactó y aprobó la nueva ley orgánica del Congreso Nacional —para sustituir el reglamento interno anterior—, se contaba con una amplia mayoría para lograrlo, no obstante, prevaleció ese cálculo político que explicó aquel diputado presidente, por encima de una necesaria restricción de todas esas potestades ilimitadas y contraproducentes para la sana conducción de las actividades parlamentarias.
No hemos encontrado evidencia (todavía) de que se vaya a hacer en este cuatrienio. Las razones por las que no convendría resultan evidentes (continuará)
¿Quién sería la valiente?, ¿cuál sería el osado que se encargaría de atarle el cascabel al gato?”.