Diario El Heraldo

CARMILLA WYLER Maldad En realidad, el ser humano es capaz de lo peor; de eso no cabe duda

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Este relato narra un caso real. Se han cambiado los nombres.

LTenía siete años, ya casi cumplidos, cuando murió. Era un niño hiperactiv­o, inteligent­e, bondadoso y obediente. Y era el único hijo de Luisa y de su esposo Marvin. Por desgracia, Luisa no pudo tener más hijos. Después de traer a Luisito al mundo, se le desarrolló un mal en el útero, que terminó convirtién­dose en cáncer. Pero, detectado a tiempo, los médicos le salvaron la vida a Luisa, y ella se dedicó a su esposo y a su hijo.

Vivían en la casa de sus suegros. Eran dos ancianos que habían trabajado desde pequeños, y así habían hecho fortuna. Sin embargo, seguían siendo sencillos y dadivosos, como fueron siempre. Pero, un día de esos que han de llegar porque han de llegar, la suegra de Luisa murió. La encontraro­n dormida para siempre en su cama. No se levantó, como todos los días, a hacerle el desayuno a su esposo, y este la esperó en vano en el corredor de su casa, en la vieja butaca que había construido con sus propias manos. Cuando mando a llamarla, estaba helada, dormida, con una sonrisa en el rostro. Se había ido para siempre. Todos en la aldea, y en las aldeas vecinas, con sus caseríos, acudieron a la vela, y la acompañaro­n al cementerio. Era una mujer muy querida.

Y así, el tiempo pasó. Luisito crecía, ya iba a la escuela, y era un excelente alumno en el segundo grado. Hasta que le llegó la hora a su abuelo; esto es, la última hora.

Venía de ver la milpa y de pescar tilapia en una de sus lagunas, y, después de darle los pescados a su nuera, se sintió mal. Le dolía el brazo izquierdo, el dolor le llegaba al pecho, por oleadas intermiten­tes, y se sintió cansado. Luisa le ayudó a sentarse en el corredor, en su

uisito.

butaca favorita, y mandó a llamar a la enfermera del centro de salud. Esta no tardó en llegar. Pero, por más que se dio prisa, llegó tarde. Don Tencho había muerto. Su corazón se detuvo después de latir dos mil ochociento­s millones de veces en sus largos ochenta años de vida, tomando en cuenta que el corazón late en promedio setenta veces por minuto, cien mil veces al día y treinta y cinco millones de veces al año.

A su velorio llegó gente de todas partes. Si su esposa era querida, él lo era todavía más. Don Tencho era, para definirlo en una sola frase, un hombre bueno.

LA VELA

La casa se llenó en poco tiempo. Se mataron vacas y cerdos, gallinas y patos, se horneó pan y se hicieron galones tras galones de café; se compraron naipes, Yuscarán, Casita Roja y Macho fuerte, según el gusto de cada quien. Las rezadoras, vestidas de negro, con cara triste, empezaron a elevar sus plegarias a Dios, y en la casa había tantas flores, como tal vez solo hubo en el jardín del Edén. Pero había un problema. ¿Quién iba a preparar a don Tencho?

“Yo —dijo la enfermera—: también puedo hacer eso”.

Y así fue.

Marvin en persona fue a Talanga, para comprar formalina, jeringas, algodón, gasas y otras cosas, y Sully, la enfermera, se quedó sola con el cuerpo. El problema era que, entre los adultos que vinieron al velorio, habían también muchos niños, y un grupito de estos andaba de arriba abajo jugando, corriendo, gritando, escondiénd­ose, congelándo­se y, en fin, divirtiénd­ose, como si no comprendie­ran que la vida tiene final, y que el final de la vida debe ser respetado. Así que Sully llamó a Marvin y le dijo:

“Controlá a esos güirros que me ponen nerviosa; y el más hurgandill­o de todos ese ese hijo tuyo”.

Controlá a esos güirros que me ponen nerviosa; y el más hurgandill­o de todos ese ese hijo tuyo'.

`Está bueno, pues —le dijo Marvin, en cuyo rostro se notaba el dolor que le causaba la muerte de su padre—; voy a controlar a esos cipotes… Pero no hablés así de él, que si te oye mi mujer se me va a armar la buena…'”.

“Está bueno, pues —le dijo Marvin, en cuyo rostro se notaba el dolor que le causaba la muerte de su padre—; voy a controlar a esos cipotes… Pero no hablés así de él, que si te oye mi mujer se me va a armar la buena…”.

“¿Tu mujer? ¡Ay sí! Gran mujer la que tenés, que ni siquiera pudo darte más hijos… Pero como así son los hombres;

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