Diario El Heraldo

La rabia humana

- Josué R. Álvarez Lingüista

No me da vergüenza admitirlo, algunas razas de perro y algunos perros en específico son capaces de paralizarm­e. Y esto tiene que ver con un trauma de la infancia que cayó en el descuido y fue muy mal manejado. He vivido con ello toda mi vida. En más de alguna ocasión he pasado un muy mal rato cuando alguna persona irresponsa­ble deja andar por la calle sin cadena y sin ningún tipo de supervisió­n a algunos canes realmente intimidant­es. Es difícil explicar la impotencia que se siente.

Los últimos acontecimi­entos que han protagoniz­ado los perros pitbull, algunas de sus víctimas, los vociferant­es de las redes sociales y en general cualquier persona que tenga un mínimo interés en el asunto, han encendido el fuego de la polémica y se ha caído incluso en la bajeza de la descalific­ación personal.

Quiero desmontar aquí la falaz frase que se ha usado como bandera de lucha dizque a favor de los perros. “No es la raza, es la crianza”, frase que primeramen­te de retórico lo único que tiene es la rima y que intenta decirnos que los culpables somos los humanos por no criarlos adecuadame­nte. Sin embargo, pienso que la crianza no sería un tema toral si en esencia no fueran perros potencialm­ente peligrosos.

Nadie está hablando de los perros como si tuvieran una responsabi­lidad moral. Son animales, responderá­n a estímulos y reaccionar­án según les dicte el instinto. Es justo por eso, porque son inocentes e inconscien­tes, que hay que cuidarse de ellos y regular algunos detalles sobre su tenencia y los lugares donde pueden o no habitar.

La pena, la culpa o la sanción deberá siempre ser contra el dueño, contra el ser humano. Si alguna persona desea tener un perro de este tipo, debe certificar que tiene suficiente espacio en su casa. Primero, para que el perro se sienta libre y, segundo, para que no haya necesidad de sacarlo a la calle, exponiendo a otras personas al peligro.

Y si el espacio de casa no da para tener un perro de esas caracterís­ticas, pues no se tiene, o se tiene otro de otra raza que no intimide a las personas en la calle. Opino que en este punto se trata de reconocer sus límites y aceptar su realidad socioeconó­mica. A veces hay que aceptar que no se pueden cumplir ciertos caprichos humanos. Y no olvidemos que los derechos de una persona terminan donde comienzan los de la otra.

Otro aspecto que hay que regular es la convivenci­a con personas mayores y con menores. Recordemos que son seres humanos usualmente indefensos y en especial al momento de un ataque, ya que ni siquiera saben cómo reaccionar.

Quiero dejar claro que no estoy hablando de maltrato hacia los perros ni mucho menos de sacrificio, sino de una regulación por el bien de ellos y de nosotros los seres humanos. Y creo que la mayoría de los hondureños cuando alzamos la voz a favor de una víctima de un perro estamos en esa misma sintonía. Así que no entiendo la polémica. Lo que probableme­nte pasa es que, en una sociedad tan polarizada, la rabia parece más humana que canina. Además, cuando decimos “regular”, no es por odio sino por miedo, que no debemos confundir con cobardía. El miedo forma parte de nuestro instinto de conservaci­ón, y de hecho, nos ha permitido estar aquí hoy. Por último, ya que hablamos de animales, debo decir que es necesario hacer algo con los perros y gatos de la calle. Ellos la pasan muy mal y necesitan de nuestra ayuda

Es necesario hacer algo con los perros y gatos de la calle. Ellos la pasan muy mal y necesitan de nuestra ayuda”.

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