Prohibido nacer en Honduras
Ya fracasamos como nación, como Estado y ahora como sociedad por la cómplice incapacidad y por el criminal silencio que nos escupe en la cara cada vez que asesinan a una niña o a un niño en este país que anda a gatas y con una justicia en pañales. Por eso un menor es abusado sexualmente cada seis horas en Honduras, donde el 83.74% de los casos queda impune y hasta el 90% de los abusos se produce en manos cercanas al menor. La violencia contra los niños es tan macabra como “normal” para un sistema de justicia y una sociedad enferma y vacía que le indigna más que pierda un equipo de fútbol europeo que ver cómo descuartizan los niños en Honduras, con una opinión pública martillada de política que ya no le importa la sangre de sus hijos más pequeños, pues cada vez son más vulnerables a ser víctimas de violencia sexual y de género, explotados y utilizados para el tráfico de drogas, extorsión y mendicidad callejera, como si fueran un negocio. Cuando la familia hondureña se vuelve indolente al permitir que los niños y niñas sigan muriendo con la facilidad que hemos visto mediante los homicidios, es la barbarie legalizada por el mutismo despiadado en que ha germinado esta patria, acostumbrada a estar en las pilas de muertos, como un país desmembrado en los charcos de la impunidad, con el hedor de la sangre y la miseria humana en que ha caído, porque los derechos humanos son una bandera agitada en el viento. Hoy, el futuro de los niños es un discurso adornado con muñequitos; sus garantías son una promesa de ayer para hacer campaña política con la igualdad, dignidad y respeto. Al fin y al cabo, ellos son los votos del mañana. Nacer en Honduras es ya ser frágil, pues crecer los hace entre las personas más vulnerables del mundo debido a la violación sistemática que incluyen la violencia y el abuso sexual, la explotación infantil y la negación de sus derechos civiles y políticos. Encima de eso, con políticas públicas de exclusión socioeconómica que los Estados y las sociedades no han conseguido revertir, creando deslegitimación de las instituciones estatales y alimentando con dolor el delito y la violencia. Honduras ya no es una niña para que la sigan engañando con declaratorias, planes y programas que promueven la lucha contra la violencia, todo eso es efímero cuando flotan en el aire las estadísticas que se registran diariamente en nuestras ciudades, que son más bien un campo abierto de pobreza, violencia, desigualdad económica, desnutrición, falta de acceso a servicios básicos, educación y salud. Un abismo marginal es nuestra patria donde crecen nuestros niños y niñas. Según un informe del Conadeh, solo entre enero y mayo de este 2022, alrededor de 800 niñas fueron agredidas sexualmente, sin que hasta hoy se vea alguna acción real que tenga como objetivo atacar decididamente el problema de los abusos e infanticidios en Honduras. Más bien, se ha recrudecido con la ausencia de políticas públicas y respuestas institucionales eficaces frente a la violencia contra las niñas y niños. La pregunta del millón es la siguiente: ¿qué está esperando el Poder Ejecutivo, el Congreso Nacional y los operadores de justicia para detener tanta violación e impunidad contra los derechos de los menores? ¿O porque saben que los niños y niñas no votan, no tienen voz, no mueven la opinión pública, no ponen dinero en las campañas, no escriben en la prensa, no usan corbatas, no tienen dinero en los bancos, no tienen empresas y no realizan favores políticos aún no han tomado las medidas necesarias? Lo único que hacen es nacer en este país que, en estas condiciones, ya debería ser prohibido
Unas 800 niñas han sido agredidas sexualmente en 2022”.