Proxenetas, traficantes y clientes
Ninguna de esas pobres chicas ocupará una primera plana de diario durante cualquier mundial para que sepamos, no cuántos goles ha metido sino a qué fue obligada, cómo fue maltratada, cómo hay clientes —sobre todo en la prostitución en vehículos— que después de la relación han despedido a la muchacha a cajas destempladas, sin pagarle siquiera, quizá porque en el fondo se despreciaban a sí mismos y seguían ese esquema tan humano de descargar en otros “culpables” lo que no nos gusta de nosotros mismos. Sé cómo puede ser bello y emocionante el fútbol, pero sé también que cuando se amanceba con la patria y se les vincula a montajes económicos, se convierte en algodón que tapa nuestros oídos y en venda que ciega nuestros ojos, para que no nos enteremos de cómo es nuestra sociedad. Por eso no queremos ser de este mundo: porque por un lado engrandece al hombre y le hace objeto de grandes proclamas de dignidad y libertad. Pero, con la otra mano, desprecia a millones de hombres cuando se atraviesan en sus afanes de autonomía. Hoy está de moda hablar de las víctimas, sí. Pero sólo hablamos de las víctimas que nos pueden servir para la propia promoción. De las que nos crearían problemas mejor no hablar. Cuando el Imperio avisó a sus amigos para que dejaran pasar aviones con prisioneros que iban a ser torturados “legalmente”, miramos hacia otro lado. Y los medios, otra vez, prefirieron hablar de patadas al balón que de patadas a seres humanos. De vez en cuando surge la pregunta de qué lugar puede haber para Dios en un mundo tan avanzado como el “nuestro”. Se comprende la dificultad de la pregunta con sólo recordar que hubo alguien que dijo, hace ya mucho tiempo, algo así como que “los inmigrantes y las putas irán por delante de vosotros al Reino de Dios”. Aunque no sea esta la totalidad de la respuesta, parece claro que “si nos ponemos así” la cuestión se complica, y muchos decidirán que vale más dejarla estar.
Walter S. Rodezno Licenciado en Periodismo