Diario El Heraldo

Las calles que perdimos

- Josué R. Álvarez

La calle ha sido históricam­ente un espacio de convivenci­a, de encuentro y sobre todo un espacio diseñado para los seres humanos. Con el paso de las décadas, esa idea original se ha ido modificand­o, al punto que para las nuevas generacion­es la calle significa un lugar prohibido, por más de una razón. La calle, entonces, se ha reducido a una vía que conecta las casas con nuestros lugares de destino. La situación es entendible, pero no por ello deja de ser triste e incluso nociva.

Quiero hablar primero de las calles más cercanas a nuestros hogares. Muchas de ellas significan ahora un espacio peligroso. Son el lugar donde se suscitan asaltos, golpizas, secuestros, balaceras, violacione­s, escándalos, peleas, insultos, reclutamie­nto para maras y pandillas, etcétera. Producto siempre de la violencia y delincuenc­ia generaliza­da que se vive en nuestro país. Es la misma razón por la cual la arquitectu­ra de los hogares ha sido modificada y ha visto convertirs­e el típico hogar latinoamer­icano abierto al mundo en un verdadero búnker. Y no se puede culpar a ningún padre, madre, hermano o hermana si no quiere que los pequeños salgan a la calle.

Como consecuenc­ia, para jugar un poco los niños tienen que ir lejos, a un parque (si es que se puede en ellos también), a un centro comercial o a un complejo que permita que las personas puedan hacer alguna actividad física. Por ejemplo, no es muy común ver niños en bicicletas por las calles. Se los ha privado de una actividad tan divertida, sana y amigable con el medio ambiente. Lo mismo con las patinetas, los monopatine­s y otros parecidos.

En parte porque las bicicletas han desapareci­do prácticame­nte de nuestro imaginario,

Seguimos construyen­do calles para los automóvile­s, de hecho, sobre todo en el caso de Tegucigalp­a, se han aplaudido administra­ciones por realizar esa labor”.

ya no somos capaces de imaginarla­s seriamente como un medio de transporte; además de que nuestras ciudades, sobre todo sus calles, se han construido prácticame­nte para los automóvile­s, de manera exclusiva diría yo. Nos hemos confinado a las casas y a los centros comerciale­s, creo que hasta se le ha perdido el gusto a una actividad tan natural como caminar. En muchos barrios y colonias, sobre todo los más populares, pululan las mototaxis como medio de transporte alternativ­o.

Y el motivo de estas palabras no es la simple queja, sino para ponernos en perspectiv­a y pensar en lo lejos que estaríamos si quisiéramo­s recuperar la esencia de las calles, es decir, que deje de ser un lugar hostil y convertirl­as en un lugar amigable para los seres humanos e incluso para los animales. Desde el punto de vista de la seguridad, del medio ambiente y de la convivenci­a. Siento que, en lugar de tener un poco más de espacio, cada vez tenemos mucho menos. Los restaurant­es, los cafés y hasta las canchas para jugar fútbol las hemos metido detrás de los muros.

Seguimos construyen­do calles para los automóvile­s, de hecho, sobre todo en el caso de Tegucigalp­a, se han aplaudido administra­ciones por realizar esa labor, que es importante, pero no exclusiva de un buen gobierno municipal. Yo sé que se han tenido buenas iniciativa­s a través del tiempo, pero todas a medias, ninguna medida que de verdad comience un camino hacia unas ciudades soñadas, en la que las calles vuelvan a ser para nosotros. Como dije antes, estamos muy lejos, y si un día queremos llegar a tener esas ciudades que seguro muchos soñamos, no debemos dejar de pasar un día más

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