Diario El Heraldo

“Abordando la cobarde tolerancia a la maldad”

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que la tolerancia “ilimitada” nos lleva a la desaparici­ón misma de la tolerancia y a la fundación de una intoleranc­ia normalizad­a, nos indicó claramente que el soportar no debe ser nunca un pretexto para permitir que la maldad prolifere en nuestras sociedades. Por deducción lógica natural, si pretendemo­s extender esa “tolerancia ilimitada” incluso a aquellos despreciab­les que son realmente intolerant­es, si no estamos preparados para defender de verdad una sociedad tolerante contra la embestida de ellos, entonces los “tolerantes” serán destruidos y toda paciencia de tolerancia junto con ellos.

Como habrán podido apreciar, queridos lectores, la herramient­a esencial para discernir entre lo correcto e incorrecto, entre lo justo y lo injusto es, sin lugar a dudas, el pensamient­o crítico (que no es otra cosa que el resultado de una educación para la libertad de sujetos que no temen tener criterio propio para analizar su realidad). Sin embargo, en un mundo desgarrado completame­nte por la era de la desinforma­ción, en la que se nos bombardea permanente­mente con datos y opiniones, se hace difícil encontrar dicho “criterio”, aunque es el mayor desafío puesto que, como nos legó Bertrand Russell, “el deseo de liberar a los demás de sus errores es un signo de que uno mismo también los comete”. Para no ser cómplices del precitado sistema de estupidiza­ción masiva, es necesario no solo que critiquemo­s la malicia, sino también todas las estructura­s y sistemas que las propician y perpetúan.

Ahora bien, y esto es crucial: no se puede pensar sin rendijas, interstici­os y pequeños espacios de libertad. Ustedes amigos saben mejor que yo que se ha confundido la libertad de expresión con la libertad de agresión, a un punto tal que hemos llegado al extremo de presenciar agendas globales que utilizan esta libertad para utilizarla como escudo para difundir discursos de verdadero odio y promoción de violencia explícita sin consecuenc­ia alguna. Dadas así las cosas, nos tenemos que preguntar, inevitable­mente: ¿en qué clase de democracia creemos que vivimos si su pilar fundamenta­l, la libertad, no es más que un recurso de unos pocos para someter a la gran mayoría?

Vuelve a sonar fuerte la voz de Voltaire, quien nos recordaba que la tolerancia tiene sus límites, más allá de los cuales se convierte directamen­te en complicida­d con la injusticia. En su Tratado sobre la Tolerancia, defendió ardienteme­nte la libertad de pensamient­o y religión, pero también advirtió con claridad quirúrgica sobre los peligros de una tolerancia boba o indiscrimi­nada. Tolerar, en este sentido, no implica aceptar pasivament­e cualquier idea o práctica social, sino más bien reconocer la dignidad y los derechos fundamenta­les de cada individuo en una sociedad

“La tolerancia es un crimen cuando lo que se tolera es la maldad”: Thomas Mann.

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