Ética, segunda naturaleza
La ética tiene más que ver con marcarnos el rumbo para hacer el bien. Hacer el bien, una y otra vez, acostumbrarse a decidir correctamente, crea en nosotros una especie de “segunda naturaleza” que nos facilita el camino hacia la verdad y el bien. Por el contrario, el que miente una y otra vez, por ejemplo, le inclina a habituarse a distorsionar la realidad hasta ser incapaz de desligarse de la simulación y la hipocresía como modo de ser. El término ética deriva de la voz griega ethos, que significa “modo acostumbrado de obrar, costumbre”; algo perteneciente al carácter. Un significado parecido tiene la palabra “moral”, que deriva del latín mos ( moris). La ética cristaliza en la persona en un carácter, en una forma de ser que le hace más humano, en definitiva, mejor persona.En cambio, actuar mal degrada la calidad humana de quien actúa. “Actuar bien” hace florecer las cualidades propias del ser humano. Existe una “regla de oro” de buena conducta. No es otra cosa que “ponerse en el lugar del otro” para saber cómo tratar a los demás. Esta regla es un primer principio, pero si buscamos una seria fundamentación ética resulta insuficiente. Ir a los cimientos es reconocer la existencia de algo común en todos los seres humanos; la capacidad de entender qué está bien y qué está mal. La “regla de oro” se puede expresar con una doble formulación. Una negativa: “no hacer a otros lo que uno no quisiera para uno mismo” y otra positiva. Esta última es la que aparece en el Evangelio con las palabras de Cristo: “Todo lo que queráis que los hombres hagan con vosotros, hacedlo también vosotros con ellos” (Mt 7,12). Mucha gente, incluso con escasa educación, acepta esta regla como valioso criterio moral. Se entiende mejor cuando su escueto anunciado se complementa con la experiencia común del aprecio provocado por una persona que busca sinceramente el bien de los demás, sabiendo quererles no solamente con palabras, sino sobre todo con las obras.