Los “mirreyes” que incomodan a los mexicanos
En México, los hijos de los capos de la droga y los hijos de la clase política comparten las mismas aficiones. A todos les encanta que sus papás les compren carros deportivos de lujo, como Ferrari o Maserati; adoran los relojes de oro y las camisas finas
De entre todos los dramas que asolan a México, este es uno de los más inquietantes: la certeza de que las élites que llevarán las riendas del país en el futuro son pequeños déspotas sin otro mérito que haber nacido en las cunas más nobles del país, cuyos padres malcrían con caprichos que solo los grandes narcotraficantes son capaces deigualar.
Unos consienten a sus hijos mediante el tráfico de drogas y los otros a través del tráfico de influencias. Dos caras del mismo cáncer de corrupción que corroe al país azteca.
Estos niños de papá mexicanos son popular mente conocidos como “mirreyes”, nombre que deriva de la forma en que los ricos inmigrantes libaneses se dirigían unos a otros (“mi rey”). Jóvenes unidos por el “gasto ostentoso, exhibicionismo y narcisismo”, quienes por su posición social “viven por encima de la ley”, según los define Ricardo Raphael, analista político y periodista
autor del ensayo Mirreynato.
Exhibicionismo. “El ‘Mirrey’ es un personaje obsesionado con la ostentación. ¿Por qué te exhibes? Para generar impunidad. Si yo tengo una bolsa Fendi no te metas conmigo, si gasto mucho dinero es una forma de protegerme ”, explica Raphael.
“Los ‘mirreyes’ cometen delitos pensando que su papá los va a sacar y realmente los sacan. El dinero y el poder ostentado protegen en México. Ostentación, impunidad, ese es el problema más serio del país, porque mucho del dinero que se ostenta viene de la corrupción. Los ‘mirreyes’ son el producto de un régimen, los beneficiarios de una época”, dice.
Los “mirreyes” llevan años posteando su ostentosa vida en las redes sociales (otra afición en común con los hijos del narco), siempre haraganeando en fiestas privadas o en discotecas junto a hermosas chicas que sacan morritos mientras ellos beben champán francés. Pero últimamente andan desatados. Hasta el punto de haber provocado más de una oleada de repulsa social por parte de esa “prole” (así se refieren a la gente corriente) que tanto aborrecen y a la que rechazan pertenecer.
En parte, de ahí viene uno de los escándalos más sonados del año: un video de instituto en el que cinco estudiantes organizan un casting para escoger pareja en la fiesta de graduación. Una horda de “plebeyas” en plan groupie trata de seducir a estos muchachos, quienes entre bostezos y aburrimiento las van descartando. Las chicas los persiguen como obsesas en la calle y en la cama, les secan el sudor y los pies, cualquier cosa por conquistarlos.
En el video aparece hasta un jaguar, una especie protegida. Al final, una joven con supuesta clase enamora a los muchachos: ella sí tiene el caché y la belleza para ser aceptada en su selecta élite. La desvergüenza de estospúb eres y el grotesco ejercicio de machismo han dado la vuelta al país, hasta el punto de que el Instituto Cumbres, perte- neciente a los Legionarios de Cristo, ha tenido que pedir disculpas. Y no es el primer año en que estos videos de graduación desatan la ira entre los mexicanos.
“¡Voy a hacer historia, voy a detener el barco!”, berreó ante sus amigos Jorge Alberto López Amores, hijo del fiscal general de Chiapas, el pasado 18 de julio. Andaba de fiesta en un crucero a las afueras de Río de Janeiro, eufórico por los chupitos de mezcal. Desde allí disfrutaba del Mundial de Brasil junto con varias celebridades. “Me voy a tirar. Tómame con tu celular”, le dijo a un amigo. Acostumbrado a vivir tal cual le diera la gana, Alberto se subió a un trampolín y saltó al mar. Nunca más se ha sabido de él.
Fiestas que acaban mal.
Desde luego, si quería hacer historia, lo consiguió. Y no es el único episodio trágico protagonizado por un “mirrey”. Apenas un mes antes, en junio de 2014, Miguel Lozano Ramos, hijo del alcalde de Pesquería y presidente del PRI en Nuevo León, falleció
en Londres tras caer al vacío mientras practicaba sexo con una joven en un balcón. Tal como narra Raphael en su libro, el joven de 18 años “recién había llegado a Londres para tomar un curso de inglés en la prestigiada escuela Bellerbys, lugar adonde la colegiatura anual llega a ser de medio millón de pesos” (31,000 euros).
También son incontables los casos de accidentes de coche y vandalismo.
La actitud de los “mirreyes” es tan bochornosa que, citando el mismo libro, “en varios hoteles de las principales ciudades europeas se ha tomado la decisión de no alojar jóvenes mexicanos por los destrozos que suelen hacer durante los viajes que se organizan para ellos como premio por haber concluido la preparatoria (bachillerato): se trata de una gira que dura entre tres y cuatro semanas para conocer las principales discotecas europeas. No son excepción las cuentas de cincuenta mil euros, firmadas con una tarjeta adicional a la de los padres, ni las pistas de baile tapizadas con botellas de
champaña Moët&Chandon. En los hospitales de Madrid y Barcelona hay registro sobre la gran frecuencia con que, en el verano, se atiende a jóvenes mexicanos afectados por congestión alcohólica”.
Denise Dresser, respetada analista política, se refirió recientemente al mirreynato en un editorial. Para Dresser no es un “síntoma aislado”, sino “la principal manifestación de una enfermedad social que recorre México”. “Los ‘mirreyes’ dan nombre a una época, a un régimen moral con grandes repercusiones, (…) orgulloso de la sistemática e injusta asimetría”, escribe la analista.
“Un régimen que lleva a una pregunta central: ¿por qué el tránsito ala democracia electoral vino acompañado de una concentración sorprendente de la riqueza en unas cuantas manos? Y condujo a la ostentación, a la explotación de la servidumbre, al imperativo de la moda, a los automóviles, yates y aviones, a las casas en México y en el extranjero, a la necesidad del escaparate y el espectáculo. Todo ello explicado por la corrupción que
coexiste con la más absoluta impunidad”.
Desigualdad rampante. El mirreynato es, sencillamente, la cara más obscena de la salvaje desigualdad social en México. Mientras 66 millones de mexicanos no tienen dinero para comprarla canasta básica y 22 millones sobreviven en la pobreza extrema, hay en el país 145,000 millonarios y 2,540multimillonarios, según Wealth Insigh.
A la vez, que el ingreso medio en los hogares mexicanos apenas alcanza los 15,000 pesos mensuales (932 euros), los m ir reyes gas tan fácilmente ese dinero cada vez que salen de discotecas, varias noches por semana.
Si no fuera una figura tan repugnante e ilustrativa de una tragedia social, el mirreynato daría para estruendosas comedias. Y de hecho en 2013, la película Nosotros los nobles, que narra las peripecias de unos niños de papá ya mayorcitos que lo único que saben es dilapidar la fortuna del padre, batió récords de taquilla en México.