Diario La Prensa

Mañas tiene el hambre

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Aunos les causaba ternura, a otros tristeza, a otros molestia. El espectácul­o de ver a una familia entera, niños pequeños incluidos, disfrazado­s de payasos, llamaba la atención de todos. Pero, luego de meses de apostarse en los semáforos de San Pedro Sula y de mendigar en algunas rutas del transporte urbano de esta misma ciudad, el padre y la madre de tan peculiar equipo han sido detenidos, enviados a los juzgados y separados de sus hijos. Las reacciones, a favor y en contra de los padres, no se han hecho esperar. Por un lado, muchos señalan que esta familia se estaba ganando honradamen­te la vida, que no causaban mal a nadie y que era preferible que se dedicaran a la actividad que estaban realizando a que se unieran a grupos delincuenc­iales o se dedicaran a robar. Y es cierto. A pocos les gusta ver jóvenes escupiendo fuego o haciendo malabarism­os con machetes; pero, en el fondo, los prefieren ahí que formando parte de una pandilla o asaltando a mano armada. En el caso de la familia que se ha dedicado a mendigar disfrazada de payaso hay otros problemas que han llevado a la autoridad a tomar las medidas que han tomado: la seguridad de los menores, los obstáculos que su ocupación ponían a su proceso de escolariza­ción, la posible explotació­n a la que podrían estar siendo sometidos por parte de sus padres, etc. Hay tantas variables en este asunto que habría que estar en el pellejo de esta pareja y de sus hijos para opinar con justicia. Como suele suceder, es muy fácil emitir un juicio a priori e incluso condenar a alguien sin conocer las motivacion­es, las necesidade­s, las interiorid­ades de las personas y de las familias. Al final, la historia de la familia de los payasitos no es más que una consecuenc­ia de la situación socioeconó­mica que padece Honduras. Los niveles de desempleo y subempleo obligan a muchos a buscar maneras insólitas de ganarse la vida. Mañas tiene el hambre. Es interesant­e ver cómo en los países desarrolla­dos hay gente que se dedica a hacer de estatua viviente, a disfrazars­e de personaje histórico y cobrar por el derecho de fotografia­rse con ella, a andar calle arriba y calle abajo haciendo de hombre orquesta. La diferencia es que en esos países no se hace por padecer extrema pobreza o porque no hay alternativ­as de subsistenc­ia, sino por gusto personal. Se excluyen los inmigrante­s, pues ellos merecen editorial aparte. En Honduras la situación es distinta. Es claro que para evitar estas situacione­s familiares habría que contar con trabajo digno para todos, o por lo menos para la mayoría; y de eso estamos lejos todavía.

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