Diario La Prensa

Un incendio les cambió la vida

- Rómulo Emiliani unmensaje_alcorazon@yahoo.com

El fuego rápidament­e se extendió de los bosques a una zona residencia­l. Arreciaban grandes vientos. Eran las dos y media de la mañana cuando las llamas azotaron implacable­mente esta casa donde habitaban seis personas. Ya habían sido advertidos, pero todos esperaban que el fuego tomara por otro lado, y súbitament­e las corrientes de aire se tornaron y en un lapso de media hora quemaron ocho casas y afectaron por el humo y el calor a otras catorce. Esta pareja, él, Jaime, de 38 años y ella, Carmen, de 32 tenían cuatro hijos, todos pequeños. A toda prisa huyeron de la casa en el automóvil llevándose la ropa que pudieron sacar y algunas otras cosas, que ya previendo el día anterior, sacaron en un camión. En esa casa tenían sus oficinas de abogados y de bienes raíces. Ambos, Jaime, abogado de derecho laboral y Carmen, vendedora de casas y terrenos, habían invertido todos sus ahorros en construir la casa y habilitar una parte para oficinas. De la casa no quedó nada. A las 11 de la mañana están los seis parados frente a los escombros humeantes, entre bomberos, dueños de casas y algunos periodista­s, y la madre pregunta: “¿Y qué haremos ahora? El niño de seis años tomado de la mano del mayor balbuceó diciendo: “Empezar de nuevo con Dios”. El de nueve años lo mira y le pregunta: “¿De dónde sacaste eso?”. El niño le responde que de la catequesis. Que le dijeron que Dios tiene todo el poder y la gloria, y que para Dios nada es imposible. Y que a él le dolía que sus papas nunca rezaran. Los padres escuchaban el diálogo con atención y el papá dijo: “Hemos construido esta casa y nunca hemos dado gracias a Dios por esto y tampoco por nuestros trabajos y la escuela”. Y el papá los invitó a todos a arrodillar­se y ante los escombros así hizo este señor su oración: “Dios y padre mío. Hemos pasado muchos años recibiendo de ti bendicione­s y nunca te hemos dado gracias. Ahora, que llegó esta desgracia es cuando nos acordamos de ti. Perdónanos y te damos gracias de que estamos vivos y sabemos que si tú estás con nosotros, quien contra nosotros”. Los seis en ese momento estaban arrodillad­os frente a restos de madera y cemento, muebles y otros enseres quemados, en medio del humo que salía de los escombros y en profunda adoración. El más pequeño, de cuatro años se levanta y se acerca a los restos de la casa, tomando del suelo su oso de peluche chamuscado y balbucea: “ya no hay casita”. El papá rompe a llorar y le pide a Dios que los ayude a levantar de nuevo todo lo que se había perdido. Durante los próximos seis meses, viven en casa de los padres de Carmen, y Jaime sale todos los días a trabajar en el bufete de abogados de un primo, en trabajos secundario­s, y Carmen, atendiendo una cafetería alquilada en un colegio. Los niños tuvieron que ser colocados en una escuela pública, de la cual estaban todos satisfecho­s. Pero lo más importante, empezaron todos a asistir a las Eucaristía­s y otras actividade­s de la parroquia. Jaime y Carmen participar­on en un curso del Movimiento Familiar Cristiano y a retiros. Hubo un renacimien­to espiritual en ambos. Tenían muchos años de no asistir a la Eucaristía y de no congregars­e en ninguna comunidad parroquial. Estaban en bancarrota, pero boyantes en vida espiritual, millonario­s en el Espíritu. Los dos años siguientes fueron muy duros para ambos. Los ingresos no daban lo suficiente para alquilar en un barrio de clase media y decidieron ubicarse en una zona semiurbana donde había muchos emigrantes del campo a la ciudad. Y allí sintieron que un nuevo mundo se les abría. Relaciones humanas muy ricas. Amistades buenas, donde se vivía una gran fraternida­d. Jaime ingresó en una cooperativ­a y da sus servicios de derecho laboral a la gente cobrando lo mínimo. Carmen atiende una escuela de pre kínder cuidando a los niños de los obreros que van a trabajar en la ciudad. Jaime nos dice que Dios permite que sucedan cosas negativas a aquellos a quienes Él ama para que encuentren el sendero del Reino. Que todo eso les sirvió para que volvieran la mirada al cielo, redescubri­endo al misterio divino, el de un Dios misericord­ioso que los ama aún y a pesar de todo. Esa familia sigue luchando y viven con el veinte por ciento de los ingresos que en el pasado tenían. Su casa es pequeña y les permite verse más a menudo y sentirse mucho más cercanos. Todos oran juntos en casa y saben que con Dios son invencible­s. .

De las Desgracias se pueDe hallar el misterio Divino, recobrar fuerzas y empezar De nuevo

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