El peor defecto
La lucha por adquirir hábitos éticos y desterrar los vicios que se les oponen es ardua. Lo normal es que se muera uno batallando en contra de aquellos defectos que no solo han puesto obstáculos al propio desarrollo personal sino que han enturbiado nuestras relaciones con los demás y han causado más de un disgusto a la gente que nos rodea. Hay maneras de ser y de comportarse que son un auténtico lastre para cualquiera que haya tenido alguna vez intenciones de ser mejor persona. La falta de tacto para decir las cosas, por ejemplo, puede generar fricciones sinfin en la convivencia familiar y social o en los ambientes de trabajo. La falta de delicadeza en el trato hace que cualquiera resulte repugnante y que los demás rehúyan su cercanía y eviten la interacción con una persona. El individuo locuaz, el que monopoliza las conversaciones, el que siempre procura que todos los focos de atención caigan sobre él, resulta molesto. También es incómodo compartir tiempos o espacios con los que se asemejan a una esfinge y de los que hay que adivinar pensamientos e intenciones porque hacen del mutismo una especie de estilo de vida. Sin embargo, no me cabe duda alguna al afirmar que el vicio peor, el defecto más detestable es la incoherencia, la falta de integridad. El incoherente es aquel que resulta impredecible, el que actúa según el viento que sople o que alterna máscaras de acuerdo con la ocasión y el interlocutor que tenga enfrente. El incoherente se acomoda a las circunstancias, es una especie de camaleón moral que desconoce las convicciones y carece de identidad ética. Desafortunadamente, hay por ahí más gente que padece de este mal de la que debería. Los últimos meses transcurridos en la historia nacional nos han mantenido “con la boca abierta”, cuando hemos sido testigos de fenómenos a los que podríamos llamar “de contorsión de ideas” o de “metamorfosis de opinión”. El tema de la reelección presidencial ha mostrado la verdadera (?) cara de unos y la capacidad de trasmutarse de otros. Gente que en 2009 se rasgaba las vestiduras y acusaba al expresidente Zelaya de traidor a la patria y que hoy o se llaman al silencio o se confiesan amnésicos. Los incoherentes, además, desconocen la vergüenza. Y la desconocen porque por encima de ella están sus aviesos intereses, sus particulares negocios, su incapacidad para dejar a un lado privilegios y prebendas. Por eso apestan, dan verdadero asco. Pobre Honduras.
la falta de tacto para decir las cosas puede generar fricciones en el ámbito familiar y social