Administrando bien el tiempo

Nos encontramos en una época donde las personas viven saturadas de actividades, ajetreadas, en un corre corre constante. No es de extrañar, entonces, que una de las quejas principales sea que el tiempo no ajusta para cumplir con todo aquello que se desea realizar. Sin duda que no son pocos los que se alegrarían porque el día tuviera 40 horas. La cuestión es que si nos centramos en el aspecto cuantitativo del tiempo solamente es cien por ciento seguro que vamos a fracasar en la vida. Hay algo más importante que la cantidad de tiempo, y ello es la calidad, porque qué triste es cuando le echamos un vistazo a nuestro pasado y vemos una gran cantidad de sueños que nunca se materializaron, proyectos inconclusos, actividades hechas a medias, los cuales, como dice Charles Hummel, “se convierten en cargas que castigan (martillan) nuestra conciencia”. Por ejemplo, esas lonjitas que nunca rebajé, sino que más bien se multiplicaron, ese idioma que nunca aprendí, la imagen de ese hijo con quien compartí poco o el recuerdo de ese amigo que quedó esperando esa llamada que nunca llegó. Y el sentimiento de fracaso se da no porque no nos esforzáramos lo suficiente, sino porque en el fondo sabemos que no hicimos lo que era realmente importante. Como bien se ha dicho, no podemos intervenir directamente en el tiempo, no podemos ahorrarlo, multiplicarlo, retrasarlo o acelerarlo; pero lo que sí podemos hacer es administrar bien nuestra vida en el tiempo que Dios nos da. En otras palabras, debemos aprender a administrarnos bien en el tiempo que se nos ha otorgado. La Biblia habla en Efesios 5:16 de que una de las condiciones para vivir sabiamente en esta tierra y gozar de la existencia es redimir (liberar) el tiempo, pero ¿de qué hay que liberarlo? De todas aquellas cosas superfluas y triviales que le quitan espacio a las que son verdaderamente importantes. De nosotros dependerá, entonces, cómo administramos nuestra vida.