¿Es posible una alianza política?
La política hondureña siempre sufre de traumas en su desarrollo. Uno de ellos fue el de 2009, traumático, caótico y con una capacidad devastadora para la fortaleza institucional y para el desarrollo del país. Superar ese trauma nos ha costado años de retraso, una debilidad institucional terrible y el surgimiento de una pluralidad política, que aún no se define con claridad en cuanto a su tendencia y planteamientos políticos. Otro trauma era el de la reelección. Afortunadamente, ese trauma, el de la reelección, tal parece que lo estamos dirigiendo mejor de lo que muchos pensábamos, cosa contraria a lo que ocurrió en muchos países de América Latina, donde la reelección dividió sociedades, provocó estallidos sociales y produjo una ruptura del orden constitucional que no dejó indemne esas sociedades; aquí ha ocurrido algo totalmente distinto. A pesar de las protestas de ilegalidad y de los recursos interpuestos ante la justicia, el tema no tuvo reversa, producto también del control unilateral de los poderes del Estado por parte de uno solo de ellos. No obstante, las causas más profundas de la reacción social a este tema será en otra ocasión. Esta vez, la pregunta surge de la probabilidad de que surja una alianza política de esta nueva pluralidad de partidos que existe en nuestro país. Las tendencias políticas no están tan definidas al menos en los partidos emergentes, pues en el bipartidismo hoy tenemos más claro que nunca que ambos partidos son conservadores, que el progresismo que uno de ellos esgrimía era solo para hacer alguna diferencia con el otro conservador; pero en los otros partidos, los emergentes, las posiciones son tan disímiles o poco claras que una alianza política podría ser solo la cohabitación de partidos políticos con tendencias totalmente opuestas. Ese cambio en la posición de los partidos políticos, donde el bipartidismo vuelve a ocupar los lugares primeros, refleja una tendencia de la población, que después de varios años después de 2009 ha retrocedido en su pensamiento político o que después de tantos ya no se nutre lo suficiente de los discursos altisonantes y la protesta barata y permanente. Siempre vimos como una debilidad de los partidos emergentes no contar con una base intelectual, pensante y organizada que pudiera hacer planteamientos claros y definidos en materia de economía y seguridad. Ese discurso de antagonismo hacia todo lo que huele a oficialismo puede funcionar por unos días, por unos meses, sin embargo, no toda la vida. Tarde o temprano se hace patente la necesidad de plantear soluciones a los problemas más graves, de asumir posiciones en temas determinantes de la vida de la nación, y en esa dirección los partidos emergentes no han sido capaces de hacer contrapeso al accionar del partido en el poder. En un ambiente tan difuso, con los partidos emergentes en plena crisis interna, es díficil concebir una alianza política en el corto plazo, por lo cual, lo más que se puede esperar no es una alianza, sino una reunión de ideas alrededor de un candidato, sin que la esencia del pensamiento político de estos nuevos partidos se integre con la fuerza necesaria para derrotar al oficialismo.
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