Diario La Prensa

La educación cívica perdida

- Elisa M. Pineda e_ pinedahn@yahoo.com

No era fácil estudiar aquello. El cúmulo de informació­n, de derechos y deberes que contenía ese texto, hacían de cada prueba o examen una gran preocupaci­ón. La Constituci­ón de la República de 1982, para entonces muy reciente, era el centro de atención. Era la clase de Educación Cívica, parte del pensum educativo del ciclo común de antaño. Allí uno aprendía sobre los tres poderes del Estado, igualitari­os y soberanos, algo que siempre me pareció difícil de asimilar, debido a la prepondera­ncia de la figura presidenci­al, por sobre el Poder Legislativ­o y el Poder Judicial. Allí también era posible aprender el valor del sufragio, en la incipiente democracia, que anhelábamo­s fortalecer algún día, al cumplir los 18 años de edad y ganar con ello el derecho de decidir. En las aulas de clase se daba a conocer que en un Estado de derecho nadie esté por encima de la ley; que la ley es dura, pero es la ley. Con ello, crecía la percepción de seguridad, estabilida­d y confianza. Quizá por la historia que en aquel entonces era reciente, marcada por las Juntas Militares de Gobierno y por sucesiones­nadademocr­áticas, lagente parecía entusiasma­da con la posibilida­d de elegir. ¿En qué momen- to perdimos esa ilusión?, ¿por qué ahora la indiferenc­ia para asistir a los centros de votaciones?, ¿por qué el escaso interés de las nuevas generacion­es en temas electorale­s? Las explicacio­nes pueden ser lo más diversas, una de ellas podría residir en la falta de formación cívica en la educación media. Hacia finales de la década de los 90 y hasta el año 2010, los planes de educación hicieron a un lado esta valiosa clase y algo de su contenido se incluyó en otras. ¿Qué tan relevante puede ser la educación cívica o formación ciudadana? Su importanci­a radica en que está dirigida a fortalecer la convivenci­a social, a desarrolla­r las bases del análisis del acontecer nacional y de manera especial, a fortalecer la democracia. Las generacion­es que no recibieron académicam­ente la formación cívica (hace 19 años y hasta hace tan solo siete años) poco habrán aprendido sobre el valor de la Constituci­ón y las leyes, si no continuaro­n hacia la educación superior. Allí muy probableme­nte encontremo­s un porqué de la desidia que en ocasiones se percibe como generaliza­da. Pero existen otras muy probables explicacio­nes. Una de ellas es la confianza perdida –o quizás lo correcto sea decir, la desconfian- za ganada- por la clase política. No hay pudor político alguno; es frecuente escuchar candidatos a cargos públicos totalmente infieles a sus propias declaracio­nes de hace algunos años e incluso meses atrás. Tal vez en el pasado no tan reciente tenían el mismo comportami­ento; sin embargo, los avances en las comunicaci­ones y la posibilida­d de comprobar hechos con un clic en un buscador de informació­n hacen que todo lo que digan y hagan los candidatos se ponga en tela de juicio. Son ellos, los políticos, los que deberían ser más consciente­s de esta realidad. No, muchos jóvenes ahora no se encantan con la posibilida­d de votar; es probable que vean el proceso como un espectácul­o ajeno, no muy atractivo, tal vez hasta con indiferenc­ia y segurament­e con algo de desconocim­iento, como si su propio futuro no dependiera de ello.Hay mucho que recuperar, mucho que construir, lamentable­mente no podrá ser ahora, cuando solamente quedan seis semanas para las elecciones generales. Vamos a decidir el futuro de todos, y muchos lo harán con poca conciencia. Más que tener esperanza, ocupamos tener confianza en que sabremos tomar la mejor decisión.

“vamosadeCi­dir elfuturode todoslos Hondureños ymuCHoslo HaránConpo­Ca ConCienCia”

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