Diario La Prensa

Mesa para el pobre

- Santiago Martín opinion@laprensa. hn

La primera Jornada Mundial de los Pobres ha sido instituida por el papa Francisco, no sé si a imitación de las otras jornadas mundiales que ya existen, como la de la Familia y la de la Juventud. Cuatro mil pobres acudieron a Roma -una parte importante de ellos están ya allí porque viven allí- para participar con el papa en la santa misa que se celebró en el Vaticano y luego comer con él en el Aula Nervi o en otros comedores de la Iglesia distribuid­os por toda la ciudad. Podrá discutirse si tiene sentido o no gastar dinero en aviones para llevar un pobre a Roma, en lugar de darle ese dinero para ayudarle a salir de la pobreza. Lo que no puede discutirse es la originalid­ad y la oportunida­d de la idea. El santo padre conoce muy bien las lacras de la humanidad. Sabe bien cuánto sufren millones y millones de hombres. Tiene un corazón compasivo, como el de Cristo, y quiere que no solo él sino todos los católicos hagamos lo posible por aliviar la suerte de los que tienen hambre, están solos, enfermos o encarcelad­os. Gestos como este, buscan llamar la atención del mundo sobre el hecho trágico de que casi ochociento­s millones de personas viven bajo el umbral de la pobreza. Con una comida, ya lo sabemos, no se arregla casi nada, pero servirá para que el mundo se fije al menos durante unos minutos en una parte de la humanidad descartada y olvidada. Pero al papa no podemos dejarle solo en esta iniciativa. Quizá haya que poner en ese día un pobre en la propia mesa, aunque a mí me parece más eficaz poner una mesa repleta de comida en la casa del pobre. Acudir a donde él está para servirle, entenderle, compartir con él y saber lo que él está sufriendo me parece más educativo para el que da y menos humillante para el que recibe. No olvidemos que lo que hagamos al más pequeño y necesitado es a Cristo a quien lo hacemos.

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