Aprovechar el paso de los años
A estas alturas del año es muy común oír decir que “el tiempo vuela” o que se nos ha ido muy rápido. Cuando caemos en cuenta que a la agenda de papel le quedan pocas paginas o que las del calendario están prácticamente agotadas es difícil no reflexionar sobre el paso del tiempo. Hace exactamente veinte años escribí, en La Prensa, una columna que se titulaba “Llegar a los treinta y cinco” . Recuerdo que en ella hacía una lista de los cambios físicos que ya comenzaba a notar y de cómo habían empezado a asomar dolencias antes totalmente inesperadas; como una subida de colesterol que recién había padecido o una taquicardia incómoda que me asaltaba cuando menos la esperaba. No olvido que un lector me escribió para recomendarme hacer más ejercicio y alimentarme más sanamente, cosas que he procurado hacer, aunque no con la disciplina que debería. Treinta y cinco más veinte son cincuenta y cinco; de modo que durante los próximos doce meses diré que ando en el par de cincos. A esta edad, cuando alguien la pregunta o uno la confiesa, nos suelen decir que todavía estamos jóvenes ...el problema es el todavía... Lo cierto es que más que los pocos o muchos años que se tengan, lo importante, lo que cuenta, es saber vivirlos o haber sabido hacerlo; lo importante, al final, es haber sabido aprovecharlos y estar dejando, o haber dejado, una huella de la que los que vienen detrás puedan sentirse satisfechos e incluso orgullosos. La existencia humana exige un mínimo de bienestar material, lo que obliga a ser productivos, a trabajar como se debe. Pero, más allá de los bienes que puedan adquirirse o poseerse, estamos obligados a ser cada vez mejores personas, a crecer como seres humanos, a desarrollar unas potencias que nos eleven en la escala hominal. El dinero es útil y necesario, pero hay demasiados ricos desgraciados (en la amplia significación que la palabra posee); los hombres y las mujeres valemos más por otras cosas, y esas no se compran con plata. Las cinco décadas y un lustro, a los que arribó hoy, me han enseñado que el afán por lo material nunca cesa y que es imposible sentirse satisfechos en ese aspecto, y también me han mostrado que hay otros tesoros de los que no podemos prescindir si aspiramos a la felicidad. Esos tesoros son: una buena relación conyugal, unos hijos que valoran lo que se hace por ellos, unas amistades a prueba de todo, una cultura general aceptable y, por supuesto, unas convicciones religiosas que le dan sentido a la existencia. Lo demás es prescindible. La perspectiva que se obtiene con el paso de los años es de agradecer, no me cabe duda.
“AloscincuentAy cincoseresponde AlApreguntA porlAedAd, todAvíAjoven; el problemAesel todAvíA”