Los pendencieros, ¡muchos!
La incomodidad de la población es de fácil observación. Anda tensa, ríe poco y está dispuesta a confrontarse. Incluso llegando a extremos vergonzosos como los que han terminado por desprestigiar a los foros de discusión televisiva, que han ido perdiendo la confianza de los televidentes. El que dos universitarios, aparentemente obligados a la tolerancia, se ofendan en la forma como lo hicieron en Canal 11, tiene que ser visto no como pintoresco, de lo cual hay que reír y celebrar, sino que más bien prestarle atención, en vista que expresa una sintomatología que puede hacerle mucho daño a la sociedad, si no le buscamos solución. Vivimos tiempos de división, en dos mitades, como nunca le hemos hecho en otras oportunidades. Y la furia es tal, que se ve en la división, más que una fortaleza, como un imperativo para destruir al otro. Y por este medio, también al país. La furia destructiva está fuera de la control porque más que la racionalidad se han impuesto las pasiones y desbordado las emociones primarias. Creemos que hace falta un análisis más profundo de lo que pasó en un foro televisivo recientemente. Sin caer en la tentación de inclinarnos en favor de uno y en contra del otro. Por más que la tentación de reírnos y burlarnos de alguno o de los dos malcriados contendientes nos empuje en dirección a tomar partido, hay la obligación – por lo menos por parte de la gente seria– de reflexionar del porqué, desde 2009, los hondureños perdimos la capacidad de diálogo y para buscar acuerdos inteligentes y sobrellevar las peores contradicciones. Y creemos que lo primero que hay que hacer es reconocer que la violencia criminal que destruye vidas tiene las mismas características y forma parte de un único proceso, de la violencia verbal que destruye honras y disemina mentiras para poner en entredicho la honorabilidad de las personas que no son de nuestros afectos. Si aceptamos esta continuidad entre la violencia física y la violencia verbal, podemos concluir que obedecen a la misma sinrazón: a un sentimiento de inferioridad y a una sensación de inseguridad en que la única defensa es el ataque, antes que el otro “termine” con nosotros. Establecidas las dos premisas anteriores, tenemos que reconocer que en el interior de la conciencia del hondureño algo se ha destruido. Y que el super ego ha terminado por dominar todo el comportamiento volviéndonos a todos o, por lo menos, a los que tienen menos frenos morales, menos reflexivos, menos racionales. En los años 23 y 24 del siglo pasado, le ocurrió al país algo parecido. Con la diferencia que para entonces, el Gobierno de Honduras y su sociedad no estaban tan entregadas a las políticas de los Estados Unidos. En razón de lo cual, aquel país tenía capacidad para operar como árbitro, amigable componedor que facilitaba los acuerdos y encausaba las transiciones. La crisis de 1954 fue liderada por los Estados Unidos por medio de su embajador Willauer. Y la de 1985, en que Suazo Córdova pretendió quedarse dos años más en el gobierno, fueron las Fuerzas Armadas de Honduras –que no estaban tan subordinadas al Ejecutivo– con el respaldo de la Iglesia Católica, que era más fuerte que los evangélicos de ahora, junto con la clase laboral bastante numerosa, y con un liderazgo respetable que podía hacer oír sus recomendaciones a los contendientes; quienes la resolvieron. Ahora no. En un torbellino antidemocrático y en una intolerancia propia de un totalitarismo primario, en que la mitad menos uno, quiere imponer por la fuerza su voluntad a la mayoría más uno, no hay quien medie. La ONU no es confiable y, aparentemente la OEA, tampoco, por la conducta de su Secretario General. Los evangélicos, más numerosos que los católicos, carecen de unidad interna como para animar al acuerdo. Peñalba está interesado en su propia gloria. Y Reyes y Solórzano todavía no creen que ha llegado la hora de evitar la destrucción del templo de Salomón. Aparentemente con unos Estados Unidos tan desinteresados, la alternativa que queda –y que la invocan algunos– es que la justicia de USA se lleve a los pendencieros. El problema es que ¡son muchos!
“VIOLENCIA FÍSICA Y VERBAL, LAMISMA SINRAZÓN: SENTIMIENTO DE INFERIORIDAD Y SENSACIÓN DE INSEGURIDAD”