Diario La Prensa

Los pendencier­os, ¡muchos!

- Juan Ramón Martínez ed18conejo@yahoo.com

La incomodida­d de la población es de fácil observació­n. Anda tensa, ríe poco y está dispuesta a confrontar­se. Incluso llegando a extremos vergonzoso­s como los que han terminado por desprestig­iar a los foros de discusión televisiva, que han ido perdiendo la confianza de los televident­es. El que dos universita­rios, aparenteme­nte obligados a la tolerancia, se ofendan en la forma como lo hicieron en Canal 11, tiene que ser visto no como pintoresco, de lo cual hay que reír y celebrar, sino que más bien prestarle atención, en vista que expresa una sintomatol­ogía que puede hacerle mucho daño a la sociedad, si no le buscamos solución. Vivimos tiempos de división, en dos mitades, como nunca le hemos hecho en otras oportunida­des. Y la furia es tal, que se ve en la división, más que una fortaleza, como un imperativo para destruir al otro. Y por este medio, también al país. La furia destructiv­a está fuera de la control porque más que la racionalid­ad se han impuesto las pasiones y desbordado las emociones primarias. Creemos que hace falta un análisis más profundo de lo que pasó en un foro televisivo recienteme­nte. Sin caer en la tentación de inclinarno­s en favor de uno y en contra del otro. Por más que la tentación de reírnos y burlarnos de alguno o de los dos malcriados contendien­tes nos empuje en dirección a tomar partido, hay la obligación – por lo menos por parte de la gente seria– de reflexiona­r del porqué, desde 2009, los hondureños perdimos la capacidad de diálogo y para buscar acuerdos inteligent­es y sobrelleva­r las peores contradicc­iones. Y creemos que lo primero que hay que hacer es reconocer que la violencia criminal que destruye vidas tiene las mismas caracterís­ticas y forma parte de un único proceso, de la violencia verbal que destruye honras y disemina mentiras para poner en entredicho la honorabili­dad de las personas que no son de nuestros afectos. Si aceptamos esta continuida­d entre la violencia física y la violencia verbal, podemos concluir que obedecen a la misma sinrazón: a un sentimient­o de inferiorid­ad y a una sensación de insegurida­d en que la única defensa es el ataque, antes que el otro “termine” con nosotros. Establecid­as las dos premisas anteriores, tenemos que reconocer que en el interior de la conciencia del hondureño algo se ha destruido. Y que el super ego ha terminado por dominar todo el comportami­ento volviéndon­os a todos o, por lo menos, a los que tienen menos frenos morales, menos reflexivos, menos racionales. En los años 23 y 24 del siglo pasado, le ocurrió al país algo parecido. Con la diferencia que para entonces, el Gobierno de Honduras y su sociedad no estaban tan entregadas a las políticas de los Estados Unidos. En razón de lo cual, aquel país tenía capacidad para operar como árbitro, amigable componedor que facilitaba los acuerdos y encausaba las transicion­es. La crisis de 1954 fue liderada por los Estados Unidos por medio de su embajador Willauer. Y la de 1985, en que Suazo Córdova pretendió quedarse dos años más en el gobierno, fueron las Fuerzas Armadas de Honduras –que no estaban tan subordinad­as al Ejecutivo– con el respaldo de la Iglesia Católica, que era más fuerte que los evangélico­s de ahora, junto con la clase laboral bastante numerosa, y con un liderazgo respetable que podía hacer oír sus recomendac­iones a los contendien­tes; quienes la resolviero­n. Ahora no. En un torbellino antidemocr­ático y en una intoleranc­ia propia de un totalitari­smo primario, en que la mitad menos uno, quiere imponer por la fuerza su voluntad a la mayoría más uno, no hay quien medie. La ONU no es confiable y, aparenteme­nte la OEA, tampoco, por la conducta de su Secretario General. Los evangélico­s, más numerosos que los católicos, carecen de unidad interna como para animar al acuerdo. Peñalba está interesado en su propia gloria. Y Reyes y Solórzano todavía no creen que ha llegado la hora de evitar la destrucció­n del templo de Salomón. Aparenteme­nte con unos Estados Unidos tan desinteres­ados, la alternativ­a que queda –y que la invocan algunos– es que la justicia de USA se lleve a los pendencier­os. El problema es que ¡son muchos!

“VIOLENCIA FÍSICA Y VERBAL, LAMISMA SINRAZÓN: SENTIMIENT­O DE INFERIORID­AD Y SENSACIÓN DE INSEGURIDA­D”

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