Rechazamos calificativos mugrosos
Los hondureños lidiamos todos los días con una realidad compleja, marcada por la corrupción, la impunidad, la pobreza y la escasez de oportunidades de desarrollo, es cierto, pero a eso habría que agregar algo muy importante: tenemos muy golpeada nuestra autoestima nacional. De acuerdo, los problemas que enfrentamos día a día no son cosa fácil, pero en ocasiones nos descalificamos tanto que en verdad llegamos a creernos aquello de “país mugroso”, en referencia al abogado de Manhattan que airadamente reclamó porque los empleados de un restaurante, entre ellos un hondureño, estaban hablando en español. Los avances tecnológicos y las posibilidades que nos ofrecen de poner en relieve situaciones como esta permitieron que el video grabado por uno de los presentes se hiciera viral. La perorata del abogado demuestra no solamente un desprecio cultural y de clase, sino también la decadente burbuja de cristal en la que vive mucha gente, no solo en el norte, sino en todas partes del mundo, incluyendo Honduras. Más allá del incidente, verdaderamente me inquieta que nos creamos los insultos, que nos apropiemos de ellos como frases lapidarias. Este no es un país mugroso, tampoco los hondureños lo somos. Conozco hombres y mujeres que a pesar de su falta de estudios académicos todos los días luchan por sacar adelante a sus familias y lo logran, gente que nos da ejemplo de resiliencia todos los días. He visto niños y jóvenes brillantes, a pesar de no contar con todos los recursos para el pleno desarrollo de sus capacidades. Todos los días veo a la gente trabajar y salir adelante a pesar de las adversidades, gente creativa con grandes ideas que emprende y desarrolla. Hondureños, hombres y mujeres, que invierten en este país y en su gente, pese a los riesgos y las condiciones anómalas. Veo la riqueza cultural de los garífunas, lencas y chortís, que son los más cercanos al lugar donde vivo. Aprecio sus formas valiosas de ver la vida y de aportar a nuestra cultura. Sí, tenemos problemas grandes, quizá enormes, pero así de grande es la capacidad que tenemos para salir adelante con ellos o, más bien, a pesar de ellos. Es fácil juzgar desde la posición del que todo lo tiene y le ha sido dado, ¿qué valor pueden tener esas palabras que no son más que el eco de una caja vacía? Nos queda la lección de aprender a apreciar lo nuestro, de valorar lo que somos y no autodespreciarnos. Tenemos que asumir que nuestra gente es tan valiosa como cualquier otro ciudadano del mundo. Aprendamos a no desestimar a los hondureños, a no valorar en exceso a quienes vienen de afuera por el simple hecho de ser extranjeros, que es uno de los errores recurrentes. Ambos tenemos la misma valía, en condiciones de igualdad. Erróneamente valoramos el criterio de cualquier extranjero –y aquí la palabra cualquiera no es casual– por encima del propio. Muchas veces rendimos pleitesía, aceptamos opiniones despreciativas, no constructivas, y hasta las agradecemos. ¿Tiene sentido? Hay hondureños brillando en el extranjero y hay que reconocer su valía, pero también hay muchos otros que están aquí, con todo y adversidades, y también lo hacen desde el lugar donde se desempeñan, y debemos sentirnos orgullosos de eso. Rechacemos calificativos groseros y luchemos por mejorar no solamente la realidad palpable, también por fortalecer nuestra autoestima nacional.
erróneamente valoramoslos criteriosde cualquier extranjeropor encimadelpropio