Obligados a tolerarnos
“Personajes criollosenel mundodela Políticasecreen, demanera irracional, dueñosdela verdad”
Aunque la realidad es una sola, abundan las perspectivas y los puntos de vista desde los que se aborda. El famoso relato indio de los ciegos y el elefante es bastante ilustrativo para comprender que cada quien concibe las cosas, las personas y las circunstancias según su experiencia de vida, su bagaje cultural o sus intereses. Además, la mayoría de los asuntos que ocupan el pensamiento humano cabe dentro de la esfera de lo opinable. Los dogmas, en general, se encuentran circunscritos a aquellos temas de los que se ocupan la fe o la moral, pero, de ahí en adelante, el abanico se despliega casi infinitamente. Las formas de pensar en materias como la económica, la sociológica, la política, la moda, la gastronomía, y un largo, largo, etcétera, son tremendamente variados y, nos guste o no, todos dignos de consideración y respeto. De ahí que la intolerancia en lo opinable solo puede ser propio de personas sin formación intelectual y humana o de mentalidades obtusas incapaces de ver más allá de su propia nariz u ocupadas en imponer unos puntos de vista que les producen ventajas personales o de grupo. Por lo anterior, y por otras razones históricas, largas de enumerar, nació la democracia representativa. La necesidad de una paz que hiciera posible la convivencia armónica y el bien común, obligó al ser humano a organizarse de tal modo que, dentro de un sano y natural pluralismo, se pudieran conjugar opiniones e intereses y se procurara satisfacer las necesidades de cada uno en el marco del respeto y la tolerancia. Evidentemente, tolerar no significa darle la razón a todo el mundo, porque es imposible que todos la tengamos. Las percepciones y las opiniones son equiparables con las verdades. Pero, por supuesto, estamos obligados a reconocer que los demás tienen absoluto derecho a disentir, a asumir sus propias posturas y, además, a comunicarlas y a exigir que se les respeten. La intolerancia, las actitudes cerriles e intransigentes, ni están acordes con el momento histórico en que vivimos ni favorecen el progreso; la obstinación y las descalificaciones son propias de épocas superadas, indignas de imitarse y de repetirse. Digo todo lo anterior porque hay personajes criollos, sobre todo del mundillo de la política, que se creen dueños de la verdad y perseveran en sus tercas posturas casi de manera irracional. Y así no se puede convivir ni aspirar a una auténtica sociedad civilizada. Ojalá sufran un rápido proceso de hominización y nos dejen vivir en paz.