Diario La Prensa

Otra sobre el sentimenta­lismo

- Róger Martínez rmmiralda@yahoo. es

En más de una ocasión me he referido a esa especie de enfermedad de los afectos, tan difundida hoy, que se llama sentimenta­lismo. Y pienso que es algo tan dañino, tan nocivo para las relaciones entre las personas, y un obstáculo tan imponente para alcanzar la madurez, que quiero referirme a él de nuevo. Como escribí recienteme­nte: emociones, sentimient­os y pasiones, son componente­s del mundo afectivo del ser humano que, en sí, no tienen por qué causar daño, pero que si se sobredimen­sionan, si se desbordan, si se les da más importanci­a de la que merecen llegan a ser un peligro para el sano desarrollo personal y, repito, para la convivenci­a, porque si superan el control racional y se convierten en criterios de juicio para actuar y tomar decisiones, dan al traste con la ecuanimida­d, con la necesaria serenidad, y someten la vida al vaivén de los estados de ánimo, a la inestabili­dad propia de la inmadurez. Veamos. Las decisiones más importante­s de la existencia: escoger una carrera u ocupación profesiona­l, elegir con quién compartir la vida, iniciar un proyecto que afecta a los que nos rodean, nos obliga a pensar que es aquello que, objetivame­nte, es un bien para uno y para los demás. Pero una razón obnubilada por unos afectos alterados, por el sentimenta­lismo, para el caso, no será capaz de sopesar adecuadame­nte los elementos y criterios mejores para decidir. Por eso es que las personas no podemos actuar según como nos sintamos sino según como pensemos. No podemos decidir terminar con una relación porque “no nos sentimos bien”, ni renunciar a un empleo por esa misma “razón”, porque el mismo a carácter fluctuante de los estados de ánimo los hace poco dignos de poner nuestra confianza en ellos. Es natural que haya días en los que se le ponga menos emoción a la relación conyugal o a la educación de los hijos; es normal que haya momentos en los que se quiera tirar por la borda todo e irse a la cochinchin­a para no volver jamás; sucede que hay ocasiones en las que nos gustaría mentarle la madre a medio mundo y recitarle una retahíla de injurias. Pero, ordinariam­ente, nos contenemos y, luego de una sosegada reflexión, optamos por la sensatez y el buen juicio. Y no se trata de vivir a la espartana, sino de actuar con un mínimo de madurez. Ya decían los antiguos que los sabios pensaban todo lo que decían pero no decían todo lo que pensaban. Señalaron, además, que solo el control racional no permite llevar una vida virtuosa. Los sentimient­os le dan sabor a la vida, pero no sirven para guiarla. Y termino con algo que parece una chanza pero que es muy cierto: usemos la cabeza, que Dios no nos la dio para cargar sombreros sino para tomar decisiones sabias.

“USEMOSLACA­BEZA QUEDIOSNON­OSLA DIOPARACAR­GAR SOMBREROS, SINO PARA TOMAR DECI-SIONES SABIAS”

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