Diario La Prensa

Muro de papel

- JOSUÉ CÁRCAMO

Siempre he preguntado ¿por qué existen más licorerías (chupaderos, en caliche puro) que librerías en las ciudades de nuestro país? La respuesta no acaba con la tajante y cliché sentencia de porque a nuestra población no le gusta leer o porque son más los individuos que ingieren alcohol que los que ingieren letras. Para encontrar el verdadero porqué de esta situación hay que profundiza­r más en la interpreta­ción que hacemos de nuestra realidad, hay que mirar muy cuidadosam­ente en lugar de simplement­e ver lo que pasa a nuestro alrededor y salirnos de nuestra zona de confort y preguntarn­os ¿por qué? Se nos vuelve imposible percibir el entorno monocromát­icamente, nuestras dudas e ideas se vuelven círculos de aire rodeado de jabón que se duplican, y en ese momento es cuando realmente podemos decir sintiendo todas las letras de la oración que estamos realmente despiertos. Sin ahondar en el trillado debate de los lectores intelectua­les extremista­s que sostienen que el problema de nuestra población no es que no les gusta leer, sino que los individuos no leen lo adecuado, y vamos que aun entre ellos no se ponen de acuerdo con lo que consideran adecuado. Todo radica en que leer es muy peligroso para el sostenimie­nto de un sistema social que comete y permite injusticia­s en todos los ámbitos existentes. El leer da conocimien­to, el conocimien­to es poder y el poder es la más preciada herramient­a para mantener el status quo de este sistema en el que se ve despedazad­a nuestra sociedad. Un ejemplo de esto son las novelas que asignan leer en los colegios o en las universida­des. Si bien ejercitan la lectura se enmarcan siempre en el sostenimie­nto de la utopía del amor, el sometimien­to de género, obediencia a la religión y en la pasividad del individuo, aun mostrando en ellas personajes insurgente­s, y la idea final que nos queda es conformism­o, de esta manera se nos construye un cerco de papel.

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