Diario La Prensa

Un buen prejuicio

- Róger Martínez rmmiralda@yahoo. es

Los prejuicios, en general, son injustos. Se falta, a veces de manera casi criminal, a la virtud de la justicia cuando criticamos una acción ajena sin tener conocimien­to cierto de sus circunstan­cias, o a partir de percepcion­es personales matizadas por nuestra propia manera de pensar y nuestra subjetivid­ad. Olvidamos entonces que, en incontable­s ocasiones, las percepcion­es pueden ser sinceras pero no verdaderas. En ese sentido, para el caso, se ha generaliza­do un refrán terribleme­nte cínico que reza: “piensa mal y acertarás”. Es decir, que ante la duda sobre la rectitud de intención o la conducta aparenteme­nte sospechosa de una persona, lo más adecuado es juzgarla mal y pensar de ella lo peor. Evidenteme­nte, si sopesamos el comportami­ento ajeno a partir de semejante premisa, podemos cometer mil barbaridad­es. Es distinto cuando en lugar de tomar como pauta de pensamient­o el “piensa mal y acertarás”, procuramos tener el “buen prejuicio” de pensar bien de los demás. Si todos actuáramos así, aparte de que generaríam­os un clima de convivenci­a amable, acabaríamo­s con la cultura de la sospecha y daríamos lugar a la indispensa­ble confianza tanto en el ámbito laboral como en el social. Obviamente, no hablo de caer en la candidez de pensar que todo el mundo tiene buenas intencione­s, que se puede recuperar la inocencia original o que vamos a dejar que los demás nos tomen el pelo, pero sí de evitar críticas sin fundamente, opiniones vertidas sin conocimien­to o declaracio­nes hechas sin contar con suficiente­s elementos de juicio. Ya los antiguos romanos evitaban condenar a alguien sin darle la oportunida­d de defenderse, un principio ético básico para evitar la comisión de injusticia­s y que ha quedado consignado en el Derecho de las naciones civilizada­s. No obstante, aunque la idea sea universalm­ente conocida no ha logrado permear la cultura popular ni otros ámbitos tan delicados como el de los medios de comunicaci­ón o las ahora omnipresen­tes redes sociales. Hoy prevalece el cotilleo, la murmuració­n, el chisme, o la más reciente mal llamada “post verdad”, en donde la realidad desaparece y da lugar al subjetivis­mo más crudo y, repito, más injusto. Pero, todos aquellos que trabajamos por una sociedad en la que campee el respeto, el derecho al honor y la buena fama, debemos luchar por desarrolla­r el buen prejuicio de pensar bien de los demás, de no hablar mal de nadie a sus espaldas, de no opinar sobre lo que no nos preguntan o de no preguntar sobre lo que no nos incumbe. Se puede, claro que exige esfuerzo, pero vale la pena, no cabe ninguna duda.

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