Un buen prejuicio
Los prejuicios, en general, son injustos. Se falta, a veces de manera casi criminal, a la virtud de la justicia cuando criticamos una acción ajena sin tener conocimiento cierto de sus circunstancias, o a partir de percepciones personales matizadas por nuestra propia manera de pensar y nuestra subjetividad. Olvidamos entonces que, en incontables ocasiones, las percepciones pueden ser sinceras pero no verdaderas. En ese sentido, para el caso, se ha generalizado un refrán terriblemente cínico que reza: “piensa mal y acertarás”. Es decir, que ante la duda sobre la rectitud de intención o la conducta aparentemente sospechosa de una persona, lo más adecuado es juzgarla mal y pensar de ella lo peor. Evidentemente, si sopesamos el comportamiento ajeno a partir de semejante premisa, podemos cometer mil barbaridades. Es distinto cuando en lugar de tomar como pauta de pensamiento el “piensa mal y acertarás”, procuramos tener el “buen prejuicio” de pensar bien de los demás. Si todos actuáramos así, aparte de que generaríamos un clima de convivencia amable, acabaríamos con la cultura de la sospecha y daríamos lugar a la indispensable confianza tanto en el ámbito laboral como en el social. Obviamente, no hablo de caer en la candidez de pensar que todo el mundo tiene buenas intenciones, que se puede recuperar la inocencia original o que vamos a dejar que los demás nos tomen el pelo, pero sí de evitar críticas sin fundamente, opiniones vertidas sin conocimiento o declaraciones hechas sin contar con suficientes elementos de juicio. Ya los antiguos romanos evitaban condenar a alguien sin darle la oportunidad de defenderse, un principio ético básico para evitar la comisión de injusticias y que ha quedado consignado en el Derecho de las naciones civilizadas. No obstante, aunque la idea sea universalmente conocida no ha logrado permear la cultura popular ni otros ámbitos tan delicados como el de los medios de comunicación o las ahora omnipresentes redes sociales. Hoy prevalece el cotilleo, la murmuración, el chisme, o la más reciente mal llamada “post verdad”, en donde la realidad desaparece y da lugar al subjetivismo más crudo y, repito, más injusto. Pero, todos aquellos que trabajamos por una sociedad en la que campee el respeto, el derecho al honor y la buena fama, debemos luchar por desarrollar el buen prejuicio de pensar bien de los demás, de no hablar mal de nadie a sus espaldas, de no opinar sobre lo que no nos preguntan o de no preguntar sobre lo que no nos incumbe. Se puede, claro que exige esfuerzo, pero vale la pena, no cabe ninguna duda.
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