¡No tengan miedo!
El miedo acompaña al hombre bajo muchas formas y variabtes, y, bajo formas disfrazadas. Su presencia, con frecuencia oculta y larvada, es constante, aunque el hombre no tenga conciencia de ello. El miedo está constituido fundamentalmente de incertidumbre e inseguridad, afirma el P. I. Larrañaga. El estado de miedo (en cuanto se ha instalado en la conciencia) puede surgir un tanto repentinamente, y apagarse pronto. También puede hacerse presente paulatamente; en este caso, sus efectos pueden ser persistentes y llegar a transformarse en una fijación de carácter permanente, entrando (el miedo) a tomar parte constitutiva de la personalidad, e incidiendo en muchas de las manifestaciones de la vida. El miedo crea fácilmente fantasmas, ve sombras, distingue enemigos, o los sobredimensiona, se mueve entre suposiciones.Y si la persona tiene tendencias subjetivas muy marcadas, puede vivir, sobre todo en los momentos de crisis, entre alucinaciones, viendo adversarios por todas partes, imaginando conspiraciones, suponiendo conjuras. A menudo es dificil distinguir la frontera divisoria entre el miedo y la angustia. Teóricamente, la angustia es hija del miedo, pero no rara vez ignoramos adónde está la madre y adónde la hija. Por eso, hay una serie de términos que en el lenguaje corriente resultan sinónimos del miedo: temor, angustia, ansiedad, congoja, pánico... Despues de todo, el miedo es, no enemigo número uno del hombre, sino enemigo único. El mal de la muerte no es la muerte, sino el miedo de la muerte. El mal del fracaso no es el fracaso, sino el miedo a fracasar. Una ayuda efectiva es confiar en el Señor, Él nos ha prometido su presencia siempre. Él nunca nos abandona, está continuamente a nuestro lado: “No tengas miedo, yo estoy contigo, ten ánimo, sé valiente, espera en el Señor”. Con el Señor ¡no debemos tener miedo!
“Elmi Edoy laangustia con una front EraindEfinida Enlaqu Enos Edistingu EEntrE madrEEhija”