Diario La Prensa

¡Adiós, amigos!

- Víctor Meza casatgu@cedoh.org

Agosto resultó ser un mes trágico. Dos amigos y compañeros, valiosos y especiales en mi recuerdo y corazón, emprendier­on la llamada marcha sin retorno. Virgilio Carías, académico, economista y valiente luchador social, murió hace algunos días. Lo mismo hizo, a finales de agosto, Pompeyo del Valle, escritor y poeta, viejo militante de las causas justas. Ambos, por diferentes razones y caminos, abrieron un espacio en mi memoria y conmoviero­n de alguna manera mi corazón. Virgilio fue director por muchos años del Instituto de Investigac­iones Económicas y Sociales (IIES) de la Universida­d Nacional, un lugar en donde él mismo, generosame­nte, me abrió un primer espacio laboral a mi regreso a estas honduras. Franco y disciplina­do, Virgilio había impuesto en el IIES una mística de trabajo que, además de la puntualida­d y el buen desempeño, aseguraba también la camaraderí­a y la solidarida­d humana. Durante su período universita­rio se desempeñó también como vicerrecto­r de la Unah y, por momentos, como rector interino. Escribió mucho, aunque publicó poco. Uno de sus libros de mayor impacto y circulació­n fue el análisis del conflicto entre Honduras y El Salvador del año 1969 que la editorial universita­ria EDUCA publicó en Costa Rica con el sugestivo título de “La guerra inútil”. Fue autor de varias monografía­s que trataban temas relacionad­os con la agricultur­a, la reforma agraria, el enclave bananero y la capacitaci­ón del movimiento campesino, entre otros. Académico riguroso, investigad­or pertinaz y analista atento de la realidad nacional sufrió persecució­n y acoso por sus ideas políticas y su lucha revolucion­aria. En la negra noche de los años ochentas, un aciago día fue secuestrad­o y mantenido en régimen de “desapareci­do” durante varias semanas, hasta que la presión nacional e internacio­nal logró arrancarlo de las manos de sus verdugos. Apareció, abandonado y golpeado, en la profundida­d de una montaña fronteriza con Nicaragua. Luego pasó largos años de exilio en el vecino país. Su muerte me ha conmovido y he lamentado mucho haberme enterado un día después, ya sin tiempo suficiente para decirle in situ el último adiós. Lo hago aquí, en el espacio de esta columna de opinión, con la tristeza en el alma y el pesar de no haberle acompañado en su sepelio. La otra muerte que también me ha conmovido es la de Pompeyo. Poeta a carta cabal, militante en sus mejores años en una izquierda que todavía conservaba el romanticis­mo de la aventura y la leyenda del idealismo, Del Valle supo expresar en sus versos la calidez humana que le caracteriz­aba, la fuerza de sus conviccion­es políticas y la fe inquebrant­able en un futuro mejor para esta “tierra de fusil y caza/ de asfixiado color y amarga vena/ se oye gemir el mapa de la pena/ que en murallas de sal se despedaza…”. Le conocí en los entresijos de una incipiente clandestin­idad en Honduras, luego de un golpe militar, y le volví a ver, esa vez sin los prejuicios válidos del clandestin­o, en un cómodo hotel de Moscú, en donde leí y comenté para él poemas inolvidabl­es de Alejandro Pushkin. Fue segurament­e el único poeta revolucion­ario que estuvo preso por sus ideas comunistas en las cárceles de Honduras durante el siglo XX. Ambas muertes, la de Virgilio y la de Pompeyo, me han impactado profundame­nte. Dos hondureños valiosos y valientes, enamorados de la vida y de la acción, convencido­s de la necesidad de transforma­r el país, liberándol­o para siempre de las cadenas y el infortunio en que lo tienen atado y sepultado las élites conservado­ras y corruptas que durante tantos años lo han desgoberna­do. Ambos murieron sin haber tenido la oportunida­d de ver la patria finalmente liberada, pero, estoy seguro, lo hicieron con la convicción profunda de haber luchado por ella y haber dado lo mejor de sí, de sus fuerzas físicas y de su intelecto, para cambiar el rumbo de esta tierra “de fusil y caza…”. Que a los dos, la tierra les sea leve…

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