Menelio Maradiaga, compañero
MENELIO, CASI PERFECTOENSU INTELIGENCIAY DISCIPLINA, NO SENTÍANECESIDAD DEDARAFECTOA LOSDEMÁS
Acaba de morir en Olanchito Menelio Maradiaga, el más inteligente, dedicado y disciplinado compañero que jamás he tenido en la vida. Nacimos en el mismo año y entramos también al mismo tiempo a la misma escuela; los dos teníamos 8 años, uno más que los que contaban la mayoría de los compañeros. En el primer grado con Cristelia Soto, el segundo con Rafael Núñez España y el tercero con Máximo Chandia. Durante esos tres años, Menelio fue un desconocido, no guardo ningún recuerdo suyo. De forma que si alguien sostiene que él no estuvo en la Modesto Chacón, no tengo argumentos para rebatirlo, es hasta cuarto grado en donde lo ubico. Nos sentábamos juntos, en dos bancas contiguas, con Luis Alonso Ocampo, Tomás Meléndez y Carlos Chahín. Nos llamaban, con alguna admiración, Los Mentalistas porque obteníamos las mejores calificaciones del grado. De los cinco, Luis Alonso, que se hiciera maestro como yo, falleció prematuramente en un accidente vial. Los cuatro restantes, Tomás Meléndez, Carlos Chahín, Menelio Maradiga y yo, hicimos estudios universitarios. Tomás y Menelio, posiblemente sin vocación agrícola, se hicieron ingenieros agrónomos en el Curla; Carlos estudió Economía en Colombia, y yo Derecho en la Unah, después de sacar un grado en Ciencias Sociales en la Escuela Superior del Profesorado. Tomás Meléndez se radicó en La Ceiba y se dedicó a la radio, igual que yo en Olanchito y después a la tele- visión en Tegucigalpa. Carlos y yo fuimos ministros de gobierno. Menelio Maradiaga, en cambio, regresó a Olanchito, el único de los cinco radicado allí, en donde estableció una ferretería. Una vez nos saludamos allí. Porque Menelio Maradiaga fue posiblemente el mejor de los compañeros; pero nunca –por lo menos en mi caso– fue un amigo, como lo fuimos Carlos Chahín, Luis Alonso Ocampo y yo. Menelio Maradiaga era distante, no necesitaba cercanía alguna y, aunque regresaba con frecuencia a Olanchito, nunca nos encontrábamos, de modo que nunca supe dónde vivía. Por los amigos a los que preguntaba supe que nunca se casó –aunque procreó varias hijas, con las que no he podido comunicarme– y se mantuvo, como en la escuela, digno, respetado y libre. No sé si siempre vivió en la casa familiar, a la cual nunca visité, como él tampoco visitó la mía. Era tan poco sociable con quienes habíamos sido sus compañeros que una vez que nos reunimos los cuatro sobrevivientes –más Felipe Ponce, Wiliams Chahín, Enrique Bardales y Antonio Fuentes en una residencia en el Lago Yojoa– para honrar a Joaquín Reyes todos dormimos en el suelo, en colchonetas que prestó el anfitrión y compañero Celín Jananía; pero Menelio prefirió dormir en su carro y mostró orgullosamente una 45 automática cuando le dije que era peligroso hacerlo afuera. Mientras el resto de este grupo que la muerte ha dejado reducido a Tomás Meléndez y a mí tuvimos la necesidad de comunicarnos con los demás, Maradiaga fue el más libre e independiente porque no buscó honores ni hizo esfuerzos para destacarse o buscar posiciones. Llevó una vida disciplinada, en la que nunca irrespetó la ley y tampoco le hizo daño a nadie; pero distante de todos, sin necesidad de buscar cariños o posiciones. En Olanchito, donde se quedó, no incursionó en política ni buscó cargos. Y, pese a su enorme talento y disciplina, tampoco fue profesor en colegio o universidad alguna, tampoco necesitó compañía femenina permanente. Pese a su distancia conmigo, que siempre le admiré porque era casi perfecto, sin vicios y necesidades de juzgar o depender de los demás, su muerte me ha dolido profundamente. Siento que un poco de mí se fue con él y muchas cosas que debimos compartir. Nunca nos aproximamos siquiera para el saludo, de forma que cuando llegué a enterrar a mis muertos jamás tuve el abrazo o el afecto suyo, cosa que no me extrañó porque, aunque era casi perfecto en su inteligencia y disciplina, no poseía inteligencia emocional; es decir, no sentía necesidad de darle afecto a los demás ni tenía la urgencia de que los demás le demostráramos cuánto lo queríamos. No lo necesitaba, vivió a su manera y creo que fue feliz a su estilo. Que descanse en paz.