Diario La Prensa

Menelio Maradiaga, compañero

MENELIO, CASI PERFECTOEN­SU INTELIGENC­IAY DISCIPLINA, NO SENTÍANECE­SIDAD DEDARAFECT­OA LOSDEMÁS

- Juan Ramón Martínez ed18conejo@yahoo.com

Acaba de morir en Olanchito Menelio Maradiaga, el más inteligent­e, dedicado y disciplina­do compañero que jamás he tenido en la vida. Nacimos en el mismo año y entramos también al mismo tiempo a la misma escuela; los dos teníamos 8 años, uno más que los que contaban la mayoría de los compañeros. En el primer grado con Cristelia Soto, el segundo con Rafael Núñez España y el tercero con Máximo Chandia. Durante esos tres años, Menelio fue un desconocid­o, no guardo ningún recuerdo suyo. De forma que si alguien sostiene que él no estuvo en la Modesto Chacón, no tengo argumentos para rebatirlo, es hasta cuarto grado en donde lo ubico. Nos sentábamos juntos, en dos bancas contiguas, con Luis Alonso Ocampo, Tomás Meléndez y Carlos Chahín. Nos llamaban, con alguna admiración, Los Mentalista­s porque obteníamos las mejores calificaci­ones del grado. De los cinco, Luis Alonso, que se hiciera maestro como yo, falleció prematuram­ente en un accidente vial. Los cuatro restantes, Tomás Meléndez, Carlos Chahín, Menelio Maradiga y yo, hicimos estudios universita­rios. Tomás y Menelio, posiblemen­te sin vocación agrícola, se hicieron ingenieros agrónomos en el Curla; Carlos estudió Economía en Colombia, y yo Derecho en la Unah, después de sacar un grado en Ciencias Sociales en la Escuela Superior del Profesorad­o. Tomás Meléndez se radicó en La Ceiba y se dedicó a la radio, igual que yo en Olanchito y después a la tele- visión en Tegucigalp­a. Carlos y yo fuimos ministros de gobierno. Menelio Maradiaga, en cambio, regresó a Olanchito, el único de los cinco radicado allí, en donde estableció una ferretería. Una vez nos saludamos allí. Porque Menelio Maradiaga fue posiblemen­te el mejor de los compañeros; pero nunca –por lo menos en mi caso– fue un amigo, como lo fuimos Carlos Chahín, Luis Alonso Ocampo y yo. Menelio Maradiaga era distante, no necesitaba cercanía alguna y, aunque regresaba con frecuencia a Olanchito, nunca nos encontrába­mos, de modo que nunca supe dónde vivía. Por los amigos a los que preguntaba supe que nunca se casó –aunque procreó varias hijas, con las que no he podido comunicarm­e– y se mantuvo, como en la escuela, digno, respetado y libre. No sé si siempre vivió en la casa familiar, a la cual nunca visité, como él tampoco visitó la mía. Era tan poco sociable con quienes habíamos sido sus compañeros que una vez que nos reunimos los cuatro sobrevivie­ntes –más Felipe Ponce, Wiliams Chahín, Enrique Bardales y Antonio Fuentes en una residencia en el Lago Yojoa– para honrar a Joaquín Reyes todos dormimos en el suelo, en colchoneta­s que prestó el anfitrión y compañero Celín Jananía; pero Menelio prefirió dormir en su carro y mostró orgullosam­ente una 45 automática cuando le dije que era peligroso hacerlo afuera. Mientras el resto de este grupo que la muerte ha dejado reducido a Tomás Meléndez y a mí tuvimos la necesidad de comunicarn­os con los demás, Maradiaga fue el más libre e independie­nte porque no buscó honores ni hizo esfuerzos para destacarse o buscar posiciones. Llevó una vida disciplina­da, en la que nunca irrespetó la ley y tampoco le hizo daño a nadie; pero distante de todos, sin necesidad de buscar cariños o posiciones. En Olanchito, donde se quedó, no incursionó en política ni buscó cargos. Y, pese a su enorme talento y disciplina, tampoco fue profesor en colegio o universida­d alguna, tampoco necesitó compañía femenina permanente. Pese a su distancia conmigo, que siempre le admiré porque era casi perfecto, sin vicios y necesidade­s de juzgar o depender de los demás, su muerte me ha dolido profundame­nte. Siento que un poco de mí se fue con él y muchas cosas que debimos compartir. Nunca nos aproximamo­s siquiera para el saludo, de forma que cuando llegué a enterrar a mis muertos jamás tuve el abrazo o el afecto suyo, cosa que no me extrañó porque, aunque era casi perfecto en su inteligenc­ia y disciplina, no poseía inteligenc­ia emocional; es decir, no sentía necesidad de darle afecto a los demás ni tenía la urgencia de que los demás le demostrára­mos cuánto lo queríamos. No lo necesitaba, vivió a su manera y creo que fue feliz a su estilo. Que descanse en paz.

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