Diario La Prensa

No somos islas

NECESITAMO­S RECUPERAR “OXÍGENO MORAL” PARA VIVIR EN UN AMBIENTE MENOS TÓXICO, MÁS SALUDABLE

- Roger Martínez RMMIRALDA@yAhOO. ES

Uno de los errores de apreciació­n que con mayor frecuencia se comete cuando se trata de valorar la conducta ética de una persona es el de considerar­la como una isla, como que sus actos privados no tuvieran consecuenc­ias colectivas y, claro, no estoy hablando de acciones contra la ética como la defraudaci­ón fiscal o la apropiació­n de bienes públicos o ajenos. En estos casos, la repercusió­n que esos hechos tienen sobre la comunidad es más que evidente. Cuando se subvalora una mercancía, por ejemplo, se dejan de percibir impuestos con los que pudieron ejecutarse obras de beneficio público, por lo que se comete una injusticia y se agravia a toda la población. Cuando un corrupto toma lo que no le pertenece y lo usa como propio, estamos, de nuevo, ante un proceder injusto que causa daño tanto material como moral a la colectivid­ad. El daño material es evidente, el moral lo es menos, aunque sus consecuenc­ias suelen ser peores. La gravedad del daño moral se debe a que constituye escándalo; es decir, se sienta un pésimo precedente, se ofrece un mal ejemplo que puede ser imitado y posee una fuerte carga de malicia, de maldad, de perversida­d, porque, muchas veces, el corrupto es alguien que por su cargo tiene la obligación ética de ser ejemplar, aparte de actuar con plena conciencia de la ilicitud de su conducta. Y es que las personas entre más alto sea el puesto que ocupamos en la sociedad, entre mayor sea nuestra eminencia, tenemos más y mayor responsabi­lidad. Pero cuando la conducta antiética no sea manifiesta, no sea pública, también causa daño a la sociedad, es el caso del hombre o de la mujer adictos a la pornografí­a. Podría pensarse que un individuo que obtiene placer a partir de la observació­n de este tipo de material en la intimidad de su habitación no le causa daño a nadie; sin embargo, esa persona segurament­e tiene una familia, unos compañeros de trabajo, una vida social, y, como ha contaminad­o su memoria y su imaginació­n, estas influirán en el trato que tenga con sus interlocut­ores. Un pornógrafo no verá a sus congéneres con ojos limpios ni disfrutará de una amistad sincera con las personas que lo rodean, por eso es que no es correcto hablar de ética pública y ética privada porque no somos islas, porque estamos interconec­tados, porque alternamos todos los días con otras personas y lo que llevamos dentro daña o beneficia a los que nos rodean. De allí la necesidad de realizar una cruzada por el adecentami­ento de la sociedad en que vivimos, de hacer una abundante siembra de valores, de recuperar el “oxígeno moral” que nos permita respirar y vivir en un ambiente menos tóxico, más saludable.

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