Lo que queda...
“Cultura es lo que queda después de haber olvidado lo que se aprendió”, definía con toda propiedad André Maurois, novelista y ensayista francés al referirse particularmente a los valores, al comportamiento de las personas y de los grupos o a sus expresiones artísticas y culturales, cuya fuente de inspiración se halla en el tesoro interior que con una chispa propia desata la creatividad. Podemos acercarnos al filósofo español Ortega y Gasset para colocar en un vocabulario de hoy la eterna verdad clásica de la puerta de la sabiduría: “Solo sé que nada sé”. Ortega: “No hay nada más fecundo que la ignorancia consciente de sí misma”. Casa, plaza, ciudad o nación de la cultura, lo importante no es la dimensión sino el llenado de esos espacios que hagan posible el aprendizaje para que se interiorice en las personas y respondan, en principio, a la semilla de la herencia “genética” colectiva creadora del ADN que acompaña a toda persona aunque su rumbo por la vida marque distancias astronómicas. Ahí queda olvidado lo aprendido, pero rescatado a un mínimo toque. Décadas han transcurrido desde que el colegio insignia de generaciones sampedranas emigró del centro de la ciudad en búsqueda de mayor espacio, de mejores condiciones pedagógicas y de más oportunidades para la juventud. Aquel templo de inquietud, aventura y espíritu juvenil, pese a la burocracia cultural de la Municipalidad, no llegó a ocupar cierta preferencia en los gobiernos locales ni siquiera para respaldar a instituciones preocupadas por el acelerado deterioro de la convivencia en la ciudad. El interés se mantuvo lejos del ruinoso edificio y el amplio espacio sobre los que se acaban de plantear una decisiva iniciativa de apoyo a la labor que viene desarrollando el Club Rotario San Pedro Sula, cuyos miembros bien saben que la cultura, un todo de valores éticos y artísticos, se ha deteriorado aceleradamente y aquello de sampedranizar, en el ámbito laboral, o el entendimiento en decisiones políticas por el bien de la ciudad o la integración colectiva sin colores ha ido desapareciendo y se necesitarán generaciones para el rescate de la urbe que un día fue calificada como la de mayor progreso desde México a Colombia. Encomiable la labor rotaria así como repudiable la dejadez de los gobiernos locales que vieron la ruina y dieron la espalda. Es hora de laborar para no seguir con lamentos de manera que se aprenda y quede en el olvido, porque de lo que se posee se puede echar mano y eso es cultura. Las generaciones venideras lo agradecerán.