Barbas en remojo
El Patriarcado de Constan t in op la acaba de anunciar que va a permitir a sus sacerdotes el divorcio y un nuevo matrimonio. Demomento solos el es permitirá si son las esposas las que rompen el matrimonio, peroanadiesele oculta que eso puede ser una trampa, puesbastaconque se pongan de acuerdo los dos para que sea ella la que tenga la iniciativa. Si nosotros di éramos el paso ala aceptación de sacerdotes casados, deberíamos asumir que eso implicaría la aceptación del divorcio de los sacerdotes y su nuevo matrimonio, como está pasando con los ortodoxos. Y si los curas se pueden divorciar yvolveracasar, ¿porquéno van a poder hacerlo los laicos? Yenesecaso, ¿dóndequeda la prohibición del Señor y sus claras palabras que identifican ese segundo matrimonio conunadulterio? Además hay otras cosas, menores pero también importantes. Estamos viviendo y sufriendo una crisis espantosa de vocaciones -que es lo que algunos utilizan como argumento a favor de la ordenación de casados-, pero pocos parecen darse cuenta de que no es una crisis “eclesiástica”, sino “eclesial”. Es decir, no estamos en el escenario de iglesias abarrotadas de fieles y seminarios vacíos, sino en un escenario en el cual tanto las parroquias como los seminarios están igualmente vacíos. Así las cosas, ¿qué comunidad va a poder costear los gastos de un sacerdote casado y con hijos -y si se divorcia el cura, los gastos de dos familias-, cuando ya resulta muy difícil sostener económicamente a un hombre solo? Además, ¿aceptarían los pocos que siguen yendo a misa a los sacerdotes casados? Seguro que una parte de ellos sí lo haría, pero otros se negarían a aceptarlo y posiblemente dejarían la iglesia, con lo cual la ya pequeña comunidad católica se convertiría en residual. Como siempre, recemos por la iglesia y confiemos en que nada, absolutamente nada, escapa a la Divina Providencia.