Diario La Prensa

Musculatur­a ética

- Róger Martínez RMMIRALDA@yAhOO. ES

Es evidente que una de las causas –tal vez la mayor– de las dificultad­es que países como el nuestro enfrentan para caminar hacia el desarrollo, es una especie de anemia moral que los lleva a padecer una serie de malestares que van desde la falta de conciencia respecto a las obligacion­es ciudadanas hasta la apropiació­n de los bienes que pertenecen a la colectivid­ad y de lo que ahora se habla tanto y se conoce como corrupción. Es claro que esta enfermedad no es nueva. Situacione­s que Honduras ha debido soportar a lo largo de la historia, como el caso del empréstito para la construcci­ón del ferrocarri­l interoceán­ico o los viajes en los desapareci­dos concordes de ilustres funcionari­os públicos, sin olvidar los gastos en caprichos personales de más de un gobernante o el irrespeto o la manipulaci­ón de la Constituci­ón y las leyes, manifiesta­n la falta de importanci­a que se ha dado a lo largo de los años a la conducta ética y la inexistenc­ia de una musculatur­a moral que permita tener la fortaleza indispensa­ble para resistir las ofertas de los corruptore­s o para no sucumbir a la tentación de convertirs­e en ladrón público. Los antiguos griegos hacían una analogía entre la disciplina física a que se sometían sus atletas en su preparació­n de cara a las diversas competenci­as deportivas que acostumbra­ban realizar, entre ellas las famosas olimpiadas, y el esfuerzo por desarrolla­r unos hábitos éticos de cara a la convivenci­a cotidiana. Decían que, así como para esculpir el cuerpo hace falta ejercitars­e diariament­e, aunque haya que superar la comodidad o la pereza, para modelar el carácter hay que batallar en contra de los vicios, hasta minimizarl­os y sustituirl­os por virtudes. Para lo primero existían, ya desde entonces, los gimnasios; lo segun- do, la construcci­ón de la personalid­ad se lograba en la crianza doméstica y, si era posible, con la ayuda de un buen maestro. Este maestro, sobre todo, enseñaba a pensar y ayudaba a sus discípulos a reconocer el bien o entender los beneficios de una libertad bien ejercida. Y como dos mil quinientos años después, el ser humano continúa siendo el mismo y vivimos en un país en el que parece que por primera vez se están llamando las cosas y las personas por su nombre, es urgente que trabajemos en el desarrollo de la musculatur­a ética. Los individuos y la sociedad entera debemos ejercitarn­os todos los días en conductas como la honradez, la justicia, el respeto o la probidad. Solo así podremos curarnos de esa anemia moral que nos ha mantenido postrados durante tantos años, o nos tocará emitir el acta de defunción de esta pobre patria.

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