Musculatura ética
Es evidente que una de las causas –tal vez la mayor– de las dificultades que países como el nuestro enfrentan para caminar hacia el desarrollo, es una especie de anemia moral que los lleva a padecer una serie de malestares que van desde la falta de conciencia respecto a las obligaciones ciudadanas hasta la apropiación de los bienes que pertenecen a la colectividad y de lo que ahora se habla tanto y se conoce como corrupción. Es claro que esta enfermedad no es nueva. Situaciones que Honduras ha debido soportar a lo largo de la historia, como el caso del empréstito para la construcción del ferrocarril interoceánico o los viajes en los desaparecidos concordes de ilustres funcionarios públicos, sin olvidar los gastos en caprichos personales de más de un gobernante o el irrespeto o la manipulación de la Constitución y las leyes, manifiestan la falta de importancia que se ha dado a lo largo de los años a la conducta ética y la inexistencia de una musculatura moral que permita tener la fortaleza indispensable para resistir las ofertas de los corruptores o para no sucumbir a la tentación de convertirse en ladrón público. Los antiguos griegos hacían una analogía entre la disciplina física a que se sometían sus atletas en su preparación de cara a las diversas competencias deportivas que acostumbraban realizar, entre ellas las famosas olimpiadas, y el esfuerzo por desarrollar unos hábitos éticos de cara a la convivencia cotidiana. Decían que, así como para esculpir el cuerpo hace falta ejercitarse diariamente, aunque haya que superar la comodidad o la pereza, para modelar el carácter hay que batallar en contra de los vicios, hasta minimizarlos y sustituirlos por virtudes. Para lo primero existían, ya desde entonces, los gimnasios; lo segun- do, la construcción de la personalidad se lograba en la crianza doméstica y, si era posible, con la ayuda de un buen maestro. Este maestro, sobre todo, enseñaba a pensar y ayudaba a sus discípulos a reconocer el bien o entender los beneficios de una libertad bien ejercida. Y como dos mil quinientos años después, el ser humano continúa siendo el mismo y vivimos en un país en el que parece que por primera vez se están llamando las cosas y las personas por su nombre, es urgente que trabajemos en el desarrollo de la musculatura ética. Los individuos y la sociedad entera debemos ejercitarnos todos los días en conductas como la honradez, la justicia, el respeto o la probidad. Solo así podremos curarnos de esa anemia moral que nos ha mantenido postrados durante tantos años, o nos tocará emitir el acta de defunción de esta pobre patria.
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