La visa que nadie quisiera obtener

Hacía fila en el hospital del Instituto Hondureño de Seguridad Social para reclamar los resultados de unos exámenes. Delante de mí estaba una mujer de unos ochenta años, quien, a pesar de su deteriorada salud, se mostraba muy conversadora. Contaba que había sufrido dos infartos y que temía tener el tercero en ese momento. “El doctor me dijo que ya tengo visa. Eso quiere decir que al tercer infarto, voy de viaje”, bromeó. Me pidió que si en ese momento la miraba desfallecer que llamara a su hija Sonia. “Aquí en el celular está su número”, dijo.

Supuse que ese pedimento lo hacía a todo mundo en los momentos apremiantes, consciente de que un paro de corazón puede ocurrir sin previo aviso, tanto en las personas de su edad como en los jóvenes. La visa de la que ella hablaba se la extendió su vida sedentaria, su desorden alimenticio y su adicción al tabaco en su juventud, según comentó. En eso apareció una enfermera llamando para entregarnos los resultados y la fila se disolvió. No la volví a ver.