Una escena patética
No por común es menos patética. La escena de una familia, padre, madre e hijos, que han salido de casa para comer o tomar algo y así pasar un rato juntos, pero que, ya una vez en el lugar al que se dirigen, cada uno de ellos saca su teléfono celular y se olvida de los demás, es cada vez más frecuente. El poco tiempo del que puede hoy disponer el núcleo familiar, sobre todo en las concentraciones urbanas, se reduce al máximo cuando la relación a distancia con los que no están físicamente cercanos sustituye a la de los que sí están al lado o al frente. Y, lo peor, es que esta escena puede darse también cuando la familia se sienta en la sala común o, tragedia completa, alrededor de la mesa. Durante las pocas veces que a lo largo de la semana se puede compartir la mesa, cada uno coloca su aparato al lado del plato y está más pendiente de él que de lo que digan los demás. Hace cuarenta años había una preocupación común sobre el efecto que la televisión estaba teniendo sobre las familias; sobre cómo se perdía el tiempo ante una pantalla, sobre los contenidos a los que estaban teniendo acceso niños y jóvenes, sobre la necesaria supervisión que se debía ejercer cuando los menores estaban frente al televisor. También se dijo que la televisión estaba causando sedentarismo y, por lo mismo, obesidad y que lo mejor, aunque pocos hacían caso, era tener un solo aparato en casa para evitar riesgos mayores. Nadie imaginó lo que se vendría. Ahora hay más de una pantalla por persona en muchísimos hogares y, con la invención del internet, cualquier medida de supervisión se queda corta. Pero, como los padres no podemos claudicar de cara a la formación de nuestros hijos, debemos tener un par de ideas claras y actuar en consecuencia. En primer lugar, debemos ser ejemplares. Si los hijos nos ven pegados a las pantallas día y noche, harán exactamente lo mismo; si ven que no nos separamos nunca de ellas, nos imitarán. Si ven que sus cosas nos preocupan menos que un aparatito, se alejarán y no nos buscarán jamás. Luego, habrá que definir unas normas domésticas: no celulares a la hora de las comidas ni cuando se sale a comer o tomar algo; aparatos de los más pequeños en la habitación de los padres a la hora de dormir; no redes sociales mientras se hacen las tareas... y otras que el sentido común nos señale. La tecnología es maravillosa, pero puede resultar nociva si deteriora, si obstaculiza, la comunión familiar, y, con ello, acaba con la posibilidad de transmitir valores, de hacer de la convivencia familiar la ocasión formativa por excelencia.
“LA TECNOLOGÍA ES MARAVILLOSA, PERO PUEDE SER NOCIVA SI DETERIORA O IMPIDE LA COMUNICACIÓN FA MI LIAR”