El poder de las expectativas
Estaba en una sala de espera, de esas en las que el tiempo parece detenerse. En medio de un par de revistas encontré un artículo interesante sobre un tema del que había leído hace algún tiempo y que estaba allí, almacenado en algún rincón de la memoria. El escrito hablaba sobre la leyenda de Pigmalión y Galatea, obra del poeta romano Ovidio. El protagonista, un rey, decide hacer una estatua de su visión de la mujer ideal, con tal éxito que se enamora de su propia creación. Pigmalión pide a la diosa del amor que dé vida a su obra, cuyo nombre es Galatea, deseo que le es concedido. La obra de Ovidio ha sido llevada un sinnúmero de ocasiones al teatro y al cine, además, ha sido fuente de inspiración para muchas obras más y de manera especial inspiró también el nombre del “efecto Pigmalión”. Se trata del planteamiento psicopedagógico que señala que las expectativas, actitudes y expresiones, sean estas positivas o negativas, de una persona hacia otra tendrán impacto en su desempeño y en su transformación. Es el poder de lo que expresa- mos y lo que esperamos de los demás, que cobra un sentido especial cuando lo pensamos en las aulas de clase, con las palabras de aliento o desaliento que escuchan los niños y jóvenes. No se trata del conocimiento recién acuñado, porque los estudios dedicados a este tema se remontan a las décadas de los 40 y 60; pero de vez en cuando conviene recordar, para darnos cuenta del efecto que tenemos a partir de las palabras que proclamamos. “No sos bueno para las matemáticas”, “no le gusta estudiar”, “es tonto para eso”, son frases que decimos de generación en generación, sin darnos cuenta del efecto que tenemos no solo de inmediato, sino a largo plazo. En ocasiones, las palabras pueden ser tan o más duras que los golpes, pueden dejar marcas permanentes, de las que es difícil recuperarse. En contraste, también pueden impulsar al desarrollo de habilidades y destrezas, a asumir la capacidad de cumplir lo que decimos. Cuando hacemos conciencia sobre la importancia que tiene esos mandatos que vamos regalando en la familia, en las aulas, en el trabajo y en la comunidad somos más capaces de identificar el daño que podemos estar haciendo y hacer correctivos. “Los niños no lloran”, “hay que ser macho desde pequeño, fuerte y duro” son algunas de las frases que he escuchado y que van provocando la castración emocional de los pequeños. En el caso particular de las niñas, es relevante salir del cliché de que deben ser “buenas y bonitas”, para hacerles ver su capacidad de ser “fuertes y valientes”. Esos ejemplos corresponden solamente a la relación adultoniño, pero ¿qué hay de los otros ámbitos de la vida? Y de manera especial, ¿qué esperamos de nosotros como colectividad? Ojalá aprendamos a reconocer cuando estamos regodeándonos en la mediocridad, porque “los hondureños somos así, pasivos”. Ojalá comprendamos el poder de las expectativas, no solamente para los niños y jóvenes, sino de manera fundamental, como colectividad. ¿En qué deseamos transformarnos? Dejemos de asumir frases hechas, hagamos el ejercicio de describir lo que queremos ser y luego luchar por ello.
dejemosde asumirfrases hechas, describamoslo quequeremosser yluegoluchemos porello.