Tras la emergencia
Yfalta lo peor que, aunque nos califiquen de pesimistas, habrá que insistir puesto que la vulnerabilidad, léase alto grado de indefensión, ante los fenómenos naturales en acelerado incremento por el cambio climático es la realidad que reclama suprema atención para mitigar los daños y evitar así muerte, destrucción y sufrimiento. Las imágenes de esos días son evidentes, y aunque no haya ni punto de comparación, faltan pocos días para recordar el paso del huracán Mitch, 20 años, por el territorio nacional. Los daños de entonces se mantienen como gran desafío para proteger la vida, para evitar pérdida en el sector productivo y para conservar en buen estado la infraestructura. Es el momento de atender y ayudar a los damnificados e incorporar a la población a las labores de limpieza y reconstrucción en aquellos lugares adonde más se sintieron las lluvias. Ayúdate que te ayudaré debe ser la actitud de todos los hondureños, de manera que esas horas difíciles para centenares de familias sean aliviadas con la masiva solidaridad de los vecinos y la proyección diligente y obligada del Estado, de los funcionarios directamente responsables en las situaciones de emergencia que irán remitiendo con el cese de las lluvias y las mejores condiciones climáticas de las últimas horas. Aunque la exposición a los fenómenos naturales refleja un alto nivel de vulnerabilidad habrá que ir cambiando el chip, pues las predicciones castastróficas no son tema de desprecio, olvido o ironía como si nada se pudiese hacer o se esperase un golpe de “varita mágica”. Educación, clave para entender situaciones y también para iniciar el largo camino de soluciones prácticas, alejadas del discurso, pero muy cercanas al diario vivir de miles de hondureños, pues como señala el papa Francisco: “No hay dos crisis separadas, una ambiental y la otra social, sino una única y compleja crisis socioambiental”. Lo hemos experimentado estos días y se hace visible aún, después de casi medio siglo el paso del Fifí. Las condiciones ambientales marcan crudas realidades sociales, acentuando la exclusión cada vez más amplia y grave en detrimento de la calidad de vida. Habrá que empezar en los niños a crear una mirada distinta sobre el ambiente en casa, en la calle, en la escuela, en la ciudad para que en ellos haya esa semilla de la cultura de limpieza, del cuidado de la naturaleza, de los árboles, ríos y montañas, adoptar otro modelo de vida por medio del cual el consumismo agotador y destructor de recursos sea sustituido por la convivencia armónica y civilizada con la naturaleza donde la “casa común” sea el hogar de todos los seres vivos.