Diario La Prensa

Como Caín

- Róger Martínez RMMIRALDA@YAHOO. ES

Como no soy teólogo ni experto en Sagrada Escritura, evito tocar temas religiosos o citar textos de la Biblia cuando escribo. Pero como muchas de las escenas que aparecen en ella, en la Biblia, son de dominio universal y, sobre todo en occidente, estamos familiariz­ados con ellas, he optado por referirme a la actitud de Caín, cara a la situación que se ha dado alrededor de la caravana de migrantes que ha abandonado el país y pretende entrar a los Estados Unidos. Un mínimo de cultura judeocrist­iana nos permite recordar que, según el relato del Génesis, una vez que el primer criminal de la historia ha asesinado a su hermano, Dios mismo le pregunta qué ha sido de aquél. Caín, en perfecta consonanci­a con su conducta criminal, le responde al Creador que él no es su guardián para saber que ha pasado con Abel. Precisamen­te, Juan Pablo II comenzó la Evangelium vitae, su encíclica en defensa de la vida humana desde su concepción, con una reflexión sobre este pasaje de la Biblia y, entre otras cosas nos recordó que por el simple hecho de ser personas y de convivir en este mundo y sociedad todos somos correspons­ables de la vida de los demás y, por lo mismo, guardianes de nuestros hermanos. Digo esto, como decía antes, porque la salida de estos compatriot­as nuestros en busca de un futuro mejor no pude dejarnos indiferent­es. Podemos no estar de acuerdo con ellos, podemos pensar que hay intereses políticos detrás de su partida, podemos pensar lo que queramos, pero no podemos enconcharn­os en nuestro egoísmo y sumirnos, una vez más, en la inhumana indiferenc­ia con la que tantas veces vemos las dificultad­es de los demás. No debemos comportarn­os como escribiera don Luis de Góngora: “ándeme yo caliente y ríase la gente”, que equivale a decir: me vale, me tiene sin cuidado lo que les pase, que yo no los he mandado a irse, que mientras yo tenga techo, trabajo, comida y diversión, que el resto se pudra. Exactament­e así ha pensado el corrupto, el que ha mantenido a tantos en la miseria y al borde de la desesperac­ión, el solidario del diente al labio o ante una cámara de televisión, el que tiene el bolsillo en Honduras pero el corazón lejos de aquí. No podemos continuar ciegos y sordos ante las lecciones que nos da la historia. Hay que espabilar y trabajar, todos, sin excepción, en un proyecto de país más equitativo, con mayores oportunida­des, que responda a las aspiracion­es de las mayorías. O dejamos morir al paisito y hacemos las maletas todos.

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