Resultados positivos
Hemos logrado que salgan menos jovencitas embarazadas”, ese es el fruto de una labor planificada y desarrollada cuyo alcance no es todo lo que se quiere, pero los resultados van mostrando el camino a seguir y los medios a utilizar, cuya prioridad urgente pasa por la educación, es decir, proporcionar a los jóvenes la información precisa y necesaria para evitar los embarazos que, en el informe del Fondo de Población de la ONU del año pasado, fueron calificados como “una de las mayores expresiones de desigualdad y pobreza”. El trabajo periodístico de LA PRENSA en su edición del jueves refleja el avance en la reducción de la dimensión de la desigualdad y pobreza, evidenciado en embarazos de adolescentes, que manifiestan una baja del 43%, según las atenciones en el Mario Rivas. En el materno infantil del Leonardo Martínez, el rumbo marca una subida del 2%. Porcentajes alentadores en el grave problema de la maternidad precoz que exigen, sin embargo, mayor atención para prevenir embarazos, analizados como causante, pero también efecto de la pobreza. Un círculo vicioso que necesitamos romper para salir de él, ya que el grave problema social queda plasmado en el cuidado de los niños y las madres, que no terminan la primaria o el colegio, abandonando así alguna de las escasas oportunidades de empleo con la que sacar adelante a la familia, en muchos casos, padre y madre al mismo tiempo. Loable la labor de profesionales de la Salud, psicólogos y consejeros que desarrollan programas de prevención y multiplican las charlas de orientación a los adolescentes o, incluso, más delicado, a niñas menores de 15 años. La prevención en el campo de la salud es aún en nuestro país una “medicina” escasamente recetada y menos utilizada, por lo que las atenciones, en la mayoría de los casos, se proporcionan en hechos consumados. La inversión en educación y salud infantil es un reclamo silencioso que halla poco eco. Pero más que los profesionales, el eje de la educación debe girar en la familia, en los padres, particularmente en las madres, en las que la confianza de las hijas es mayor. Claro, si cada persona es un mundo, cada hogar es un universo, y en él la educación de los hijos debe ser meta, de manera que, pese a las dificultades, logren una mejor calidad de vida. No es para lanzar las campanas al vuelo por los resultados en el Mario Rivas, pero sí para ampliar y fortalecer los programas de prevención con inclusión de los padres adolescentes, pues la educación es el camino.