Muñecos de trapo
No lo digo yo, lo ha dicho el papa Francisco: que mucha de la gente joven de hoy carece de columna vertebral, que no se sostiene por sí sola, que parece muñeca de trapo. Y es esa una verdad tan contundente como un puñetazo en la cara. Resulta que la mayoría de los muchachos y muchachas de hoy no tienen ideas propias; suelen beber de las aguas contaminadas de las redes sociales, asumir como propias algunas de las tonterías que dice algún “influencer” con escasísima formación intelectual y humana, y repetir uno o varios eslóganes que alguien más escribió en su “muro” o en otro sitio de moda. Y mucha de la culpa de que esto sea así la tenemos los padres. Desde muy pequeños les hemos regalado un teléfono celular, o una tablet, y no les hemos puesto condiciones. Desconocemos cuántas horas al día desperdician con las pantallas y no tenemos idea de lo que ven ni con quién se comunican por medio de ellas. Palabras como exigencia o disciplina nos suenan a bocanada, a grosería, a mala palabra. Hemos llegado al extremo de tenerles miedo y de querer caerles bien y resultarles simpáticos; no vaya a ser que se enojen, nos griten o nos quiten la palabra. Nos hemos empequeñecido, hemos abandonado el derecho/deber de ejercer autoridad sobre ellos y han crecido sin guía ni sostén hasta convertirse en verdaderos monstruos, que luego son capaces de golpear y hasta matar a sus progenitores. Los medios no me dejarán mentir. Les hemos satisfecho todos sus caprichos, les hemos preparado comida a la carta, hemos dejado que ellos escojan la escuela para cursar sus estudios, incluso preescolares; los hemos convertido en los “reyes de la casa” y hemos pasado a ser sus lacayos, sus siervos, sus esclavos. Así, han llegado a carecer de carácter, de una personalidad recia y definida. Así, repito, se han convertido en muñecos de trapo. Los que aún están a tiempo, los padres jóvenes que desean que sus hijos no sufran una metamorfosis tan desgraciada, deben, antes que nada, recuperar el poder. En casa deben mandar ellos. Ellos deben definir horarios, escoger escuela, seleccionar el menú de la semana, establecer reglas mínimas para la convivencia civilizada, decidir qué ropa es adecuada para cada ambiente y momento, enseñarles a distinguir lo bueno de lo malo, marcar límites y definir fronteras. Esa es, al fin y al cabo, la misión y el compromiso que la paternidad contrae. Así les ayudaremos a vertebrar su personalidad y su vida. Así les facilitaremos las condiciones para que lleguen a ser personas útiles y que tengan posibilidades reales de aspirar a la felicidad.
lospaDreshemos convertiDoalos hijosenreyesDe lacasayhemos pasaDoaserlacayosyesclavos