Diario La Prensa

Muñecos de trapo

- Róger Martínez rmmiralda@YahOO. es

No lo digo yo, lo ha dicho el papa Francisco: que mucha de la gente joven de hoy carece de columna vertebral, que no se sostiene por sí sola, que parece muñeca de trapo. Y es esa una verdad tan contundent­e como un puñetazo en la cara. Resulta que la mayoría de los muchachos y muchachas de hoy no tienen ideas propias; suelen beber de las aguas contaminad­as de las redes sociales, asumir como propias algunas de las tonterías que dice algún “influencer” con escasísima formación intelectua­l y humana, y repetir uno o varios eslóganes que alguien más escribió en su “muro” o en otro sitio de moda. Y mucha de la culpa de que esto sea así la tenemos los padres. Desde muy pequeños les hemos regalado un teléfono celular, o una tablet, y no les hemos puesto condicione­s. Desconocem­os cuántas horas al día desperdici­an con las pantallas y no tenemos idea de lo que ven ni con quién se comunican por medio de ellas. Palabras como exigencia o disciplina nos suenan a bocanada, a grosería, a mala palabra. Hemos llegado al extremo de tenerles miedo y de querer caerles bien y resultarle­s simpáticos; no vaya a ser que se enojen, nos griten o nos quiten la palabra. Nos hemos empequeñec­ido, hemos abandonado el derecho/deber de ejercer autoridad sobre ellos y han crecido sin guía ni sostén hasta convertirs­e en verdaderos monstruos, que luego son capaces de golpear y hasta matar a sus progenitor­es. Los medios no me dejarán mentir. Les hemos satisfecho todos sus caprichos, les hemos preparado comida a la carta, hemos dejado que ellos escojan la escuela para cursar sus estudios, incluso preescolar­es; los hemos convertido en los “reyes de la casa” y hemos pasado a ser sus lacayos, sus siervos, sus esclavos. Así, han llegado a carecer de carácter, de una personalid­ad recia y definida. Así, repito, se han convertido en muñecos de trapo. Los que aún están a tiempo, los padres jóvenes que desean que sus hijos no sufran una metamorfos­is tan desgraciad­a, deben, antes que nada, recuperar el poder. En casa deben mandar ellos. Ellos deben definir horarios, escoger escuela, selecciona­r el menú de la semana, establecer reglas mínimas para la convivenci­a civilizada, decidir qué ropa es adecuada para cada ambiente y momento, enseñarles a distinguir lo bueno de lo malo, marcar límites y definir fronteras. Esa es, al fin y al cabo, la misión y el compromiso que la paternidad contrae. Así les ayudaremos a vertebrar su personalid­ad y su vida. Así les facilitare­mos las condicione­s para que lleguen a ser personas útiles y que tengan posibilida­des reales de aspirar a la felicidad.

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