Ayudarles a madurar
Cómo está más que claro que la madurez no viene con los años y que muchas veces nos encontramos en la vida con adultos cautivos en la adolescencia. Pienso que, para evitarles sufrimientos innecesarios a los hijos, los padres debemos ayudarles a madurar desde muy jovencitos. Uno de los rasgos más notables de una persona madura es la responsabilidad con que asume sus compromisos y cómo hace suyas las consecuencias de sus actos. De ahí que, para ayudarles a madurar, tenemos que fomentar en casa una sana distribución de encargos, de modo que no haya nadie que parasite a expensas de otro y que las labores del hogar sean equitativamente compartidas. Cada uno, de acuerdo con su edad y habilidades, debe ocuparse de hacer de la casa un sitio habitable, en el que cada cosa esté en su lugar y en el que haya suficiente limpieza como para que apetezca estar en ella. El fomento de la virtud de la responsabilidad en la familia asegurará una vida adulta con mayores pronósticos, su éxito en el mundo del trabajo, en la convivencia ciudadana y en las relaciones sociales. Una persona madura también es respetuosa. De ahí que, de nuevo, en casa, el respeto debe ser una consigna permanente. Los primeros en ser exquisitamente delicados en el trato deben ser los padres. Una relación conyugal en la que se cuida el modo de decir las cosas, de la que los hijos puedan tomar pauta para su futuro, en la que nunca se dan descalificaciones, gritos o indiferencias manifiestas, es un perfecto caldo de cultivo para una personalidad equilibrada y respetuosa. Luego, ese mismo tenor debe presidir la relación con los hijos. Por pequeños que sean, los niños deben sentirse respetados, estimados, dignos. La sociedad valora tremendamente a la gente respetuosa: al ciudadano que respeta las leyes, al vecino que no saca a “pasear” a su perro a la acera de enfrente, al que se cuida de no bloquear su garaje, al que no impone sus gustos musicales a la cuadra entera. La personalidad madura también está exenta de exageraciones y dramatismos, procura restar plomo a las situaciones incómodas, busca soluciones y evita crear dificultades innecesarias. La personalidad madura suele ser sencilla, transparente, sin recovecos ni pliegues tortuosos. Por lo anterior, hay que generar un casa un ambiente descomplicado y franco, en el que, sin estridencias, se vivan con serenidad los contratiempos y nadie se eche a morir por nimiedades. La tarea no es fácil, pero posible. Como en tantas cosas de la vida, todo es proponérselo y comenzar.