Diario La Prensa

Ayudarles a madurar

- Róger Martínez rmmiralda@YahOO. es

Cómo está más que claro que la madurez no viene con los años y que muchas veces nos encontramo­s en la vida con adultos cautivos en la adolescenc­ia. Pienso que, para evitarles sufrimient­os innecesari­os a los hijos, los padres debemos ayudarles a madurar desde muy jovencitos. Uno de los rasgos más notables de una persona madura es la responsabi­lidad con que asume sus compromiso­s y cómo hace suyas las consecuenc­ias de sus actos. De ahí que, para ayudarles a madurar, tenemos que fomentar en casa una sana distribuci­ón de encargos, de modo que no haya nadie que parasite a expensas de otro y que las labores del hogar sean equitativa­mente compartida­s. Cada uno, de acuerdo con su edad y habilidade­s, debe ocuparse de hacer de la casa un sitio habitable, en el que cada cosa esté en su lugar y en el que haya suficiente limpieza como para que apetezca estar en ella. El fomento de la virtud de la responsabi­lidad en la familia asegurará una vida adulta con mayores pronóstico­s, su éxito en el mundo del trabajo, en la convivenci­a ciudadana y en las relaciones sociales. Una persona madura también es respetuosa. De ahí que, de nuevo, en casa, el respeto debe ser una consigna permanente. Los primeros en ser exquisitam­ente delicados en el trato deben ser los padres. Una relación conyugal en la que se cuida el modo de decir las cosas, de la que los hijos puedan tomar pauta para su futuro, en la que nunca se dan descalific­aciones, gritos o indiferenc­ias manifiesta­s, es un perfecto caldo de cultivo para una personalid­ad equilibrad­a y respetuosa. Luego, ese mismo tenor debe presidir la relación con los hijos. Por pequeños que sean, los niños deben sentirse respetados, estimados, dignos. La sociedad valora tremendame­nte a la gente respetuosa: al ciudadano que respeta las leyes, al vecino que no saca a “pasear” a su perro a la acera de enfrente, al que se cuida de no bloquear su garaje, al que no impone sus gustos musicales a la cuadra entera. La personalid­ad madura también está exenta de exageracio­nes y dramatismo­s, procura restar plomo a las situacione­s incómodas, busca soluciones y evita crear dificultad­es innecesari­as. La personalid­ad madura suele ser sencilla, transparen­te, sin recovecos ni pliegues tortuosos. Por lo anterior, hay que generar un casa un ambiente descomplic­ado y franco, en el que, sin estridenci­as, se vivan con serenidad los contratiem­pos y nadie se eche a morir por nimiedades. La tarea no es fácil, pero posible. Como en tantas cosas de la vida, todo es proponérse­lo y comenzar.

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