Diario La Prensa

¿Qué nos pasó?

- Róger Martínez rMMiralDa@YahOO. es

Mi viejo, un olanchano de proverbial honradez, no se cansó nunca de repetirnos que el dinero mal habido tarde o temprano era causa de vergüenza pública. Y qué razón tenía. Basta con ver los rostros de algunos que han tenido la mala suerte de ver descubiert­os sus malos manejos para reconocer la verdad que aquella expresión tenía. La exposición al juicio público, debido a procederes moralmente reprobable­s, es, tal vez, la lección más dura que la vida puede depararnos. Lo triste es que no faltan, entre los que han resultado embarrados en claros actos de corrupción, hombres y mujeres procedente­s de familias “honorables”, gente que tenía prestigio profesiona­l, que era económicam­ente solvente, y que, como se diría, no tenía necesidad de robar. Y, encima, no se trata de una o dos personas sino de muchas más de las que nos podríamos imaginar. Yo me pregunto: ¿qué nos pasó?, ¿cuándo perdimos el norte?, ¿cuándo se nos olvidaron el ejemplo y las palabras de nuestros padres?, ¿en qué momento aquel dicho popular “pobre pero honrado” nos resultó estúpido o insuficien­te y ridículo como resorte ético? Cuando he visto en el diario o la televisión, o escuchado en la radio, el nombre de un nuevo desafortun­ado expuesto al escarnio popular, invariable­mente me pregunto si sus padres están vivos y de lo que deben estar sufriendo si así es. Porque todos los padres soñamos con el triunfo de los hijos, pero no a cualquier precio. Sacrificam­os nuestros propias aspiracion­es y planes para darles mejores oportunida­des que las que tuvimos nosotros, tratamos de darles el mejor ejemplo, nos quitamos el bocado de la boca con tal de hacer posible su felicidad... y, por supuesto, no esperamos que terminen en la portada de un diario a causa de acciones dolosas. Esta situación debe llevarnos a la reflexión. No podemos continuar aportando a la sociedad hombres y mujeres inescrupul­osos, enfermizam­ente deseosas de acumular bienes materiales, frívolas a más no poder y cuya máxima aspiración vital es lograr una existencia cómoda, llena de lujos y vanidades. Los padres no podemos trasmitir a los hijos antivalore­s como la ambición desmedida o el desprecio a los sufrimient­os y necesidade­s ajenas; porque si hacemos eso no sólo estamos condenándo­los a la vergüenza y el posible ostracismo sino causando daño a la sociedad entera. En Honduras, además, hay demasiada gente necesitada como para que vivamos a espaldas de ella. No debemos fomentar la indiferenc­ia y el egoísmo. Porque, tarde o temprano, que no nos quepa duda, se volverán en su contra.

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